La Ruta Volvo

Para mí, los domingos se llaman Il Caminetto, pero no siempre fue así. Todo empezó cuando alguien —no recuerdo quién— me dijo que cerca de mi casa había una pizzería nueva y que sus pizzas eran las mejores. Muy confiado, me levanto y decido caminar hacia el lugar —literalmente estaba a dos esquinas de mi casa—. Cuando veo la plaza descubro un local de 50 metros cuadrados, debajo de La Iglesia de Dios Centro de Adoración Naco y al lado del distribuidor autorizado de aspiradoras Rainbow. Aquel parqueo estaba abarrotado de gente, sin saber si eran creyentes del Altísimo o de la pizza misma. Entro e inmediatamente veo que no hay mesas, y en el fondo, aturdido y eléctrico se encuentra un hombre rubio, buenmozo y con pinta de extranjero que me dice que la masa se acabó y que no podía atenderme. Yo, criado como hijo único —aunque no lo soy—, lo miro y pienso: “Son las dos de la tarde y ya se te acabó la masa. Esto no va a durar”. Doy media vuelta y jurando no volver, camino hacia mi hogar a tragar aire, porque mi apetito había cogido el mismo camino que su masa.

Las recomendaciones seguían lloviendo. “Maeno, esa pizza es buena”. “Maeno, a ti te va a encantar”. “Maeno, dale un chance”. Resulta que volví un domingo y allí, entre el Evangelio y par de Rainbows, como sacado de un libro de Jane Austen, conocí lo que fue el amor a Il Caminetto. Es una relación que lleva siete años, donde Francesco Curcio, propietario, artista y pizzaiolo me dio la verdadera lección de humildad, y dicho en sus propias palabras, “lo que más satisfacción me daba era ver gente importante y poderosa haciendo fila para comer mi pizza”. Voy a creer que hablaba de mí.

Il Caminetto vino a enseñarnos la verdadera pizza napolitana. Es, según explica Francesco, “una masa sin grasas, mantequillas ni aceites, que lleva una cocción muy violenta de 60 a 90 segundos, y que para lograr esta temperatura es obligatorio un horno napolitano, hecho de ladrillo del Monte Vesubio —es el único que permite lograr los mil grados Fahrenheit—para que el producto final quede suave y se derrita en tu boca”. Me cuenta él que ha sabido preparar, junto a su compañero, hasta 500 pizzas en siete horas y que ese mismo éxito lo ha hecho llorar en el callejón de su restaurante. “El esfuerzo físico es muy grande, pero el psicológico es aun mayor”. Eso me dice mientras yo disfruto un pedazo de su pizza favorita —la Caminetto— y él me mira con envidia, porque ha rebajado 40 libras y mi accionar atentaba contra su logro.

Nos sentamos en una mesa para dos, y ahí empezó la primera entrevista de La Ruta Volvo.

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¿Cómo arrancó Il Caminetto?
Inició hace siete años y surgió porque mi primer trabajo, desde que terminé el colegio, fue en pizzerías en Italia. Luego de tres años vine a República Dominicana, porque mi papá abrió un restaurante, con la idea de que siguiera haciendo una buena pizza. Luego del segundo año trabajando con él conocí a un venezolano que se enamoró de las pizzas que preparaba y me propuso hacer un restaurante con él.

Se cumplió mi sueño y abrimos Il Capriccio. Después de ocho meses y con el dinero de las ventas, decidí abrir Il Caminetto. En ese momento no tenía mi sello; simplemente hacía la pizza clásica que se encontraba en muchos otros lugares. Con el pasar del tiempo y mi deseo de hacer algo diferente, de destacarme —porque nunca quería ser uno más—, comencé a buscar una mejor materia prima. Estudié e investigué cómo podía mejorar la masa. Hice todo tipo de fermentación, directa e indirecta, todo tipo de pruebas, hasta que llegué a lo que tienes entre tus manos.

¿Qué se tiene que hacer para lograr una buena pizza?
La masa y buenos ingredientes. Si tienes esas dos cosas, es muy difícil que te salga mal. Pero para conseguir eso se necesita estudiar y conocer la materia prima, porque no todo el mundo tiene la misma harina, el mismo queso.

Cuando yo empecé no habían harinas italianas en el mercado dominicano. Nadie te decía qué fuerzas tenían, cómo se utilizaban. Pasaba horas haciendo pruebas, improvisando e inventándome procesos, cosas que nunca tuve que hacer en Italia. Al momento de importar mi propia harina y hacer productos diferentes, los clientes, sin saber quién yo era, empezaron a llegar y de vender cinco pizzas diarias, saltamos a 60.

¿Qué consideras fue lo que te llevo a esa fama tan rápido?
Fernandito Rainieri, que en paz descanse. Él fue la primera persona influyente que visitó mi negocio y siempre me promocionaba en redes. Luego vino Bocao y a partir de ahí siempre hemos ido incrementando y creciendo en el negocio. Hace un año decidimos salir del local pequeño, que todo el mundo odiaba pero que también amaban, pero que debido a la demanda tuvimos que ampliar.

¿Que esto sube el costo? Sí, pero así como elijo mis ingredientes, así me valora mi público.

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Si el secreto era la masa, ¿cómo fuiste seleccionando los ingredientes?
Todo es en base a seleccionar lo que más te guste. En mi caso, yo tengo buen paladar y sé seleccionar lo que es bueno para mis estándares. Puedo quizás usar algunos elementos locales, pero en mi caso, que vendo pizza italiana, debo contar con buenos embutidos importados. Por ejemplo, localmente nadie ha podido hacer un peperoni de calidad, y entonces me veo obligado a importarlo. ¿Que esto sube el costo? Sí, pero así como elijo mis ingredientes, así me valora mi público.

¿Cuáles son tus pizzerías favoritas?
Franco Pepe, que ahora mismo es la número uno en el mundo, tiene una pizza que además de que los ingredientes y la masa son increíbles, se derrite en tu boca como mantequilla. También me gusta comer pizza en Nueva York. Ribalta es una de mis favoritas; conocí el dueño en Las Vegas, donde tuve la oportunidad de conocer los mejores pizzeros del mundo.

¿Te consideras el pionero de la pizza napolitana en República Dominicana?
Sí, soy el único certificado en el país. Tuve que estudiarme todo el reglamento, presentar y pasar la prueba presencial. Ellos vinieron a mi local a darme el examen. Te cuento que el primero lo reprobé y pedí otra oportunidad y ahí pasé. La pizza napolitana forma parte del patrimonio cultural de la humanidad y por ende, son muy estrictos para otorgar dichas certificaciones.

¿Cuáles son tus pizzas favoritas de Il Caminetto?
Mi menú es un recorrido sobre mis pizzas favoritas en todos estos años. La primera fue la Il Caminetto. Pasé años comiéndola; en el restaurante de mis padres la teníamos y se llamaba Mamma Mia. Ahora mi favorita es La Francesco. Hay personas a quienes no les gusta el atún sobre la pizza, pero quienes la prueban quedan fascinados.

Fotografías: Luis Valdez

Abul Santo Domingo

Hace unos días les contaba que es importante poder vivir el high y el low con autenticidad, y que la gastronomía es una buena parte de eso — nadie come en restaurantes Michelín todas las semanas, porque sencillamente los momentos de la vida son variados y cada uno tiene necesidades diferentes —.

Pero como le busco la quinta pata a todo, incluyendo a las mesas de restaurantes, me pregunto: ¿Se puede vivir una experiencia gastronómica low con todo el peso emocional de una experiencia high? Yo encontré la respuesta en Barcelona, en un legendario bar de tapas llamado Quimet & Quimet.

Lo primero que deben entender es que Quimet no está en el epicentro turístico de la ciudad, sino que se encuentra en Poble Sec, un vecindario obrero cercano a las faldas del Montjuïc. Lo segundo es que ese lugar fue fundado y está funcionando desde 1914, y por lo tanto ha tenido más de 100 años para perfeccionar sus recetas y su sistema de servicio… y que también la voz se corra sobre la calidad de ambos. Ese siglo no ha pasado en vano.

El Quimet original era un Joaquim perteneciente al árbol genealógico directo de los propietarios actuales. El bar sigue siendo, sorprendentemente, un negocio familiar. Es, como la Puerta de Alcalá, un lugar donde conviven pasado y presente — y ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, la puerta del Quimet —. Hay gente que tiene décadas pidiendo su pan con tomate por las tardes, pero también hay nuevos habitués, como yo, que son recibidos con el mismo cariño. De hecho, oigan esto: fui por primera vez en 2018 por una recomendación de mi cuñada Michèle Jiménez Vicens. El joven que nos atendió se dio cuenta de que yo no tenía idea del contenido del menú, sino que veía platos salir y le indicaba que quería uno igual. Cuando volví un año después, el mismo joven me dio la bienvenida, y me dijo que me recordaba perfectamente, porque era el tipo que comía con los ojos. ¡Eso es tener conciencia de servicio!

Ahora, ¿por qué veía los platos salir con tanta facilidad? Porque no es un lugar con mesas separadas ni un orden establecido, sino que la gente está de pie y va pidiendo platos aparentemente a lo loco a un encargado en la barra, mientras él va anotando todo en una listita de papel. Esta dinámica funciona porque es un espacio pequeño donde caben apenas unas 20 personas. Al final, las servilletas se tiran al piso y se comienza el proceso de nuevo, según lo que dicte el estómago.

Yo en esa algarabía salí encantado con una tapa de anchoas con queso, con el taco de atún con piquillos, con tres servicios de ventresca, con los boquerones en vinagre. Todo eso bajaba con unas cañitas, de una cerveza de producción propia que tienen en el bar — por cierto, el bar comenzó porque el Joaquim original necesitaba un lugar para comercializar el vino que hacía, y en ese entonces las tapas y los montaditos fueron un vehículo para vender alcohol, en vez de ser a la inversa —. Ese bar me enseñó a salir de mi zona de confort culinaria, con ingredientes que no me había atrevido a probar aún, y a apreciar la belleza de un espacio gastronómico con humildad en el ambiente pero orgullo en los ingredientes. Por eso, durante mi visita este año a Barcelona, volví expresamente a Poble Sec para visitar el bar.

Esta experiencia me hizo pensar en otra cosa: hace unos meses en Maeno&Co trabajamos por primera vez con Mastercard para un evento de su plataforma priceless — esa que dice que hay cosas intangibles cuyo valor supera su precio —. Ahora, pensando en la razón por la cual estas visitas a Quimet & Quimet me han impactado mucho más que haber estado en restaurantes galardonados, me vino a la mente ese mensaje. Yo poco a poco estoy a prendiendo a distinguir entre valor y precio. Sé que el dinero puede comprar cosas con valor, pero muchas cosas con valor no necesariamente se compran con dinero. Comer así de bien, rodeado de un sistema forjado a base de la experiencia que dan 105 años de operación en un ambiente donde uno se siente apreciado… bueno, de verdad que no tiene precio.

Maenadas

¿Por qué ustedes creen que doña Anna Wintour logró echar raíces en esa silla, con su pajecito tan inamovible como ella? Habrán miles de teorías sobre los meneos internos de Condé Nast, pero hay algo que es parte de la historia de la moda y fue muy visible para todos los que estamos fuera de esa oficina: su primera portada como editora en jefe de Vogue, la de noviembre de 1988, con una modelo en una chaqueta de Christian Lacroix y jeans de Guess. En un momento en donde las revistas de moda favorecían el look total, con piezas de diseñador de pies a cabeza, la Wintour le dio voz a la escuela de pensamiento que dice que el real estilo está en poder combinar lo masivo con lo exclusivo — el high y el low —. Pero para mí lo más lindo del caso es que, aunque haya sido un momento editorial clave, eso fue un reflejo de lo que ya la sociedad hacía orgánicamente: todos, a distintos niveles, vivimos el high and low en distintas categorías de compra, más allá de la ropa.

Les voy a poner un ejemplo cercanísimo: yo amo la pizza de Il Caminetto. No hay nada mejor que ir a sentarse allá de noche para ver cómo Francesco hace magia con queso y masa, y saborear ese pedacito de gloria italiana en Santo Domingo. Esas pizzas son de una calidad altísima y de manufactura francescana — dígase, todas pasan por las manos de Francesco —, con ingredientes por la raya, y el precio va acorde. Y ahora les voy a decir otra cosa: yo amo las pizzas de Pizzarelli. No hay mejor combinación que un domingo lluvioso, un clavo de Netflix y una Picolizza Sorrentina. Imagínense que un influenciador digital tenga esas mismas preferencias, y que por supuestamente planchar su imagen o cuidar sus contratos solo promueva una de esas dos facetas de su vida. No debería ser así. Yo creo que nos conviene a todos, tanto a los influenciadores como a las marcas como a los seguidores, que cada persona pueda compartir la diversidad de sus preferencias en cada categoría. Cada rango de precio tiene su ganador absoluto, y en el caso de Il Caminetto y Pizzarelli, para mí cada uno de ellos es el mejor en su división. Es como quien bebe Zacapa Royal para celebrar ocasiones especiales pero también aprecia la calidad de un Brugal Añejo como opción más cotidiana — dígase, yo —. Ambas opciones son buenas dentro de su rango. ¿Por qué no tener ese tipo de sinceridad y transparencia con todas las categorías?

¿Considerarían los gerentes de marca contratar influenciadores no con exclusividad de categoría, sino con exclusividad de momento?

Por eso, voy a hacer una sugerencia loca: ¿Considerarían los gerentes de marca contratar influenciadores no con exclusividad de categoría, sino con exclusividad de momento? Yo no le creo a nadie que use una sola marca de zapatos, pero sí le creo que use un súper par de tenis para ejercitarse, unos tacos elegantísimos para las salidas nocturnas y unas sandalias planas para hacer diligencias. Solamente ahí hay tres posibles contratos con marcas que no competirían, y que brindarían una historia mucho más realista, porque un influenciador no es un medio de papel o de pantalla, sino una persona con una vida real. Lo importante es diferenciar los momentos.

Para los influenciadores, esto ampliaría su portafolio de posibles clientes. Para las marcas, esto disminuiría parcialmente los costos de los contratos, pues no se trata de una exclusividad de categoría. Para los seguidores, le permitiría ver la humanidad y las miles de facetas reales, más creíbles y orgánicas de las personas a quienes siguen. Y para nosotras las agencias, nos permite ofrecer a los clientes y a los influenciadores paquetes que produzcan un contenido mucho más detallado. Eso me parece mucho más honesto y provechoso para todas las partes involucradas.

Maenadas

Seguramente han escuchado de casos de personas con varias viviendas, tanto en República Dominicana como el extranjero… pero que al final no cuentan con los fondos que se necesitan para poder vivirlas. Digamos que hay personas con 10 pesos en la mano que compran una casa de nueve. Hasta ahí, en teoría, se supone que el asunto es manejable. El problema es que pagar el mantenimiento y los servicios que cuesta tener la vivienda en pie y funcionando, para así poder vivir en ella o visitarla frecuentemente — en caso de que se trate de una segunda residencia — cuesta tres pesos. ¿Y saben qué termina pasando? Que esos propietarios no llegan a disfrutar esa compra, porque estiraron la gomita demasiado, hasta romperla.

Yo he aprendido, a veces a la mala, que ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo. Nuestra sociedad se enfoca a tal punto en la riqueza tangible que muchos de nosotros nos esforzamos por tener siempre a mano una demostración física y visible de nuestro valor neto. Algunas personas llevan esa demostración en el clóset; otras en la marquesina y otras en un portafolio de bienes raíces.

Ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo

Pues déjenme explicarles algo. ¿El clóset? He conocido personas que gastan tanto en el vestido y los zapatos que después el dinero no les da para pagar la cuenta del restaurante donde quieren ir a lucirlos. ¿La marquesina? No soy yo el único que conoce gente con un vehículo de lujo parqueado debajo pero que entonces deben seis meses del mantenimiento del apartamento. ¿El portafolio de bienes raíces? ¿Cuántos no se llenan la boca diciendo que tienen un apartamento en Miami, pero dejan de ir porque calculan que después de pagar mantenimiento y el préstamo hipotecario, no les da para pagar el pasaje aéreo y alquilar un vehículo?

En el caso del apartamento en Miami, que es el único de esos tres bienes que gana valor en vez de depreciarse, eso está perfecto si es una inversión. Está también el caso de las personas que quieren disfrutar de ese bien, pero no tienen el tiempo porque deben matarse trabajando para pagarlo. Si la idea es comprar algo para vivirlo, entonces es importante hacer los cálculos bien. Yo les aseguro que la persona que tiene un apartamento en Miami solo para llenarse la boca tendría una mejor experiencia si divide esos gastos entre 12 y se paga un hotel fabuloso en cada viaje.

Pero miren: yo jamás criticaría el darse lujos. La vida es corta y esos pequeños placeres valen mucho. El lujo nos trae una satisfacción sensorial y emocional, casi como una sonrisa en el cuerpo entero, que explica por qué la industria tiene tanto éxito. Pero creo que en vez de querer darnos lujos plenos sin poder pagarlos, hay que saber dosificarlos. En el New York Times leí una pieza sobre gente que tiene sus no-negociables cuando viaja, pero entonces raciona por otro lado. Por ejemplo, algunos sí o sí quieren alojarse en un hotel boutique con buen diseño y buen servicio, pero entonces ahorran en la comida, mientras otros hacen todo lo contrario — ahorran en el hotel para hacer sus reservaciones en su lista dorada de restaurantes de autor —.

Cuando era más joven, yo era parte del club del desboque — solo tienen que preguntarme por la vez que decidí tener la oficina de Maeno&Co en una torre carísima, solo porque pensaba que ahí era que tenía que estar para que me vieran —. Ahora que he entrado a la treintena, yo he aprendido que mi valor no va ligado al metraje cuadrado que ocupa mi sombra financiera. Yo soñaba toda la vida con tener un apartamento con vista a un parque, para poder respirar tranquilidad y correr por las mañanas. Mi pareja y yo logramos cumplir ese sueño recientemente, y decidimos hacer una remodelación por pasos. Nuestra meta era no dejar de viajar los veranos ni dejar de salir a cenar los miércoles porque lo habíamos gastado todo en un sofá o un cuadro. Nuestra meta era ir amueblando y decorando poco a poco, de modo que pudiéramos vivir la vida tanto fuera como dentro del apartamento. Y así ha sido: nuestro apartamento todavía no está “terminado”, pero para mí es la vivienda más linda del mundo, porque me recuerda que la tranquilidad se encuentra en la capacidad de dosificar.

Por eso, a todos nos convendría trabajar en nuestra autoconfianza. Creo que debemos de dejar de tener para enseñar… y en vez de eso, vivir para enseñarnos a nosotros mismos.

Maenadas

Cuando me mudé a mi nueva casa, la cocina duró varias semanas hecha un desastre. No tenía la posibilidad de sentarme a organizarla como se debía. Sencillamente, el tiempo no me daba, pero el reguero constante me estaba afectando. Ahí fue que entendí el gran valor de un servicio como el de Casa al Día. Ellas vinieron y arreglaron todo.

Ahora, yo soy honesto con eso. A todo el que viene a mi casa y la ve tan arregladita le hablo sobre todas las personas que han ayudado a que esté y se mantenga así. Imagínense que, aparte de dirigir una empresa y tener una vida social y una vida familiar y ejercitarme y dedicar tiempo a mi aprendizaje, la sociedad también me exigiera tener la casa perfecta. Bueno, esa locura es exactamente lo que le pedimos nosotros a las esposas y madres y amas de casa. Y como nos encanta la competencia y ser pasivo-agresivos y hacer que el otro se sienta menos para nosotros sentirnos más, muchas personas no suelen revelar los servicios que permiten que nuestra vida parezca tan perfecta desde fuera.

Tenemos que ser más sinceros con nuestro backstage

Eso hay que cortarlo. Usted no es Beyoncé para decir que you woke up like this. Por la salud mental propia y de quienes nos rodean, tenemos que ser más sinceros con nuestro backstage. Vivimos en una constante competencia inconsciente, y eso se debe a que no mostramos todo el esfuerzo que requiere esa supuesta vida fabulosa.

Por eso, les voy a proponer lo siguiente: dejen de esconder a sus suplidores. ¿Usted vive tirando tela como la más Dua Lipa? Entonces diga la verdad: puede que el 70 por ciento de lo que usted se pone es o regalado o alquilado o vino por intercambio, y que usted use un estilista. ¿Trabaja 10 horas al día, se ejercita siete veces por semana y aun tiene tiempo de tener unos arreglos florales fabulosos que hasta parecen maridados con la botella de vino que se está tomando en esa Story? Diga la verdad: dé el número de su florista y agradezca al sommelier que le hizo un plan de suscripción y le manda tres botellas por semana, para que pruebe nuevos vinos echavainísticos. ¿Una sala con una decoración espectacular? Dele al botón y póngale la etiqueta de Instagram a su interiorista.

¿Por qué? Porque esta es una situación de doble vía: primero, al no hablar sobre los servicios de estos profesionales, los estamos subestimando. Segundo, porque también estamos subestimando la gran labor de edición, selección y casi curadoría que realiza una persona cuando escoge un suplidor y le comunica su visión. Ejecutar y crear, requiere mucho talento, pero elegir también. Por eso, si comparten sus suplidores, están hablando de su criterio y buen gusto… y sobre todo, están haciendo un regalo a la salud mental colectiva de sus seguidores en Instagram.

Pero me voy más lejos. Yo he vivido casos, profesionalmente, donde algunas personas no quieren ni pasarme el número de sus suplidores. Señores: ya hay tanto acceso a la información que esos nombres no permanecen escondidos mucho tiempo. Hay mucha gente talentosa abriéndose campo, y esos trabajos aparecen etiquetados como portafolio tarde o temprano en Instagram. Por eso, yo con tranquilidad doy el nombre de mi florista, de la imprenta donde hacemos las invitaciones, del fotógrafo, de quien sea… porque estoy claro de que el común denominador de todas esas ejecuciones es la relación que hay entre ellos y yo. Es una plena colaboración donde compartimos nuestra visión y la inteligencia logística para lograr una buena producción.

O imagínense que un suplidor puede tener miles de productos en su catálogo, pero es el buen gusto del cliente lo que hace que salgan esas agujas del pajar.

Démosle valor a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra visión

Todos nosotros tenemos que estar al tanto de cuánto vale un servicio, y apreciarlo y darle su mérito. Los servicios tienen un costo hasta más alto que los bienes, porque requieren aprendizaje, innovación, investigación. Pero también tenemos que estar al tanto de cuánto vale nuestro criterio.

Así que, no digan “I woke up like this” y escondan todo debajo de la alfombra. Digan “I woke up con este lewk en mente y Fulana con su varita mágica me ayudó a conseguirlo”. Démosle valor a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra visión, a la manera de emplear nuestro tiempo limitado de la forma más inteligente posible. Eso hace toda la diferencia.

¿Quién me mandó a meterme en esto?

En septiembre de 2016 una amiga me llamó para decirme: «¿Por qué no corremos el medio maratón de Nueva York el próximo marzo?». Para quienes no saben, un medio maratón tiene 21 kilómetros. Para quienes tampoco saben, yo tengo un archivo de gavetas mentales llamado «Preguntas sin sentido y que no se parecen a Maeno», y ahí mismito metí esa pregunta después de darle un trancón al teléfono.

Pero entonces dos cosas me llegaron a la mente: a mí me encanta la competencia, y mi competidor más exigente soy yo mismo. Cada día culpamos al tiempo por nuestras metas inconclusas, y yo estaba entrando en una etapa en donde no tenía tiempo ni para ponerme producto en este cabello. Pero donde comen dos comen tres, y por eso me pregunté: «¿Y qué te impide agregar una tarea más, la de cumplir ese gran reto personal?».

Aparte, en ese momento en mi familia estábamos pasando por un momento difícil: a mi papá le habían encontrado unos coágulos en las piernas, un diagnóstico muy peligroso. Estuvimos muy preocupados durante varios días hasta que finalmente lo vimos recuperado. El doctor nos explicó que la causa principal de esa afección es la falta de actividad física y cardiovascular.

En ese momento tomé el teléfono, llamé a mi amiga y le dije: «¿Por qué no?».

Como buen nerdo, me puse a investigar todo lo que necesita para correr adecuadamente: saber lo que es el «pace», que todas las corridas que no son de 42 kilómetros se llaman «carrera», que cada kilómetro que yo recorriera iba a ir dedicado a mi papá. De esta experiencia, que terminó cruzando la meta hace unos días en Nueva York, saqué cinco razones para que todo el que quiera retarse se anime a seguir estos pasos –¿vieron lo que hice ahí?–.

[1] La competencia no es con los demás, sino contigo mismo
Muchas personas –incluyendo a Maeno Pre-Fit– te preguntan cuál es la necesidad de hacer un medio maratón. ¿Premian al primero en llegar? ¿Ganas dinero? ¿Te vas a desbaratar el cuerpo para dejar las rodillas en la talvia? Yo ahí les respondía: lo importante de esta experiencia es que no estás compitiendo con otros, aunque hay miles de personas a tu lado, sino contigo mismo, pues tú sabes hasta donde pedirte y qué exigirte.

Yo encontré un equilibrio, y no me exigía más de lo que sabía que podía dar. Mis expectativas eran de hacerlo en 2h40; lo acepté y arranqué. Corrí a mi paso, no me exploté y no dejé las rodillas en la talvia –yo les hablaba y les decía que se portaran bien, que no iba a maltratarlas–. Ese día en Nueva York terminé en 2h28. Con esa satisfacción personal gané algo más valioso que el dinero: gané la posibilidad de felicitarme a mí mismo.

[2] Corre en grupo… pero no en una secta
Hacer las cosas con un grupo de amigos siempre es favorable. Para este entrenamiento creamos un grupito que apodamos El Casino –porque al principio barajábamos mucho–. Creamos el respectivo grupo de WhatsApp, nos veíamos en todos los entrenamientos y creamos muy buena química. Todos estábamos en la misma página en cuanto a no dejar de brindar con El Catador y que íbamos a gozarnos la experiencia, cada quién manejándola según le funcionara mejor.

Al momento de correr siempre trataba de hacerlo solo, porque acompañado quería darle más rápido y no me concentraba o me ponía a hablar. Así que, por eso decidí encontrarme con mis amigos al inicio y de ahí Maeno cogía su ritmo. Eso fue lo que mejor me funcionó.

Los sobrevivientes: María Alejandra De Moya, Josie Estrella de Dhimes, Raul Santaella, Rochelle Vicente, yo, Mónica García y Dominique Barkhausen

[3] Tener un buen entrenador que use el silencio como arma letal
Yo estaba cogiendo fresco cuando estaban repartiendo paciencia al momento de yo llegar al mundo. Se me hace muy difícil entender que las cosas toman su tiempo, y esto lleva a que a veces me canse fácil de algo cuando no veo el resultado esperado. Por eso debo agradecer a mi entrenador, Raúl Santaella, quien me enseñó que las cosas se dan poco a poco, y que para llegar a un objetivo hay que empezar pequeño e ir avanzando. Durante todo el entrenamiento, él aguantó mis crisis de la mejor manera que se puede tratar a una persona acelerada: ignorándome. Yo cogía mis piques al principio, y él con su ley del silencio.

Mi primera carrera importante fue una de 10 kilómetros en octubre. Pensé que eso era lo más grande y que el mundo se me iba a acabar, pero… cuando hice mi último fondo –esa palabra se usa para las corridas largas en preparación para una carrera–, lo único que me dijo Raúl fue: «¿Qué diría el Maeno de septiembre si viera lo que acabas de lograr?». No tuvo que decir nada más.

[4] De repente, «disciplina» es tu palabra favorita
Al momento de compartir una experiencia no solo hablo del resultado final, sino también el proceso. Vivimos en un mundo donde solo cuenta la parte bonita de una meta lograda, sin explicar cómo llegamos ahí –lo siento, Beyoncé, pero eso de «woke up like this» es mentira–.

Mi proceso de entrenamiento fue muy duro, sobre todo porque no soy muy dado a la actividad física y mi trabajo solo me permite entrenar en la mañana, pues los eventos de los clientes son de tarde y noche. Comencé levantándome a las 5:30 de la mañana para ir al Mirador los lunes, jueves y sábado, y entrenando con pesas a las 6:00 de la mañana los martes, miércoles y viernes. A eso había que sumarle el hecho de que los viernes tenía que dormirme súper temprano, para poder estar descansado el sábado, y no tomar ni comer nada pesado para no afectar mi desempeño. Como se podrán imaginar, todos los coros, actividades y juntaderas eran los viernes, y por un momento pensé que era una conspiración en mi contra.

Y claro, no faltó el bullying de la gente que te pone cara de «tú eres uno de esos» cuando les dices que estás entrenando para un medio maratón.

Pero nada de eso pudo contra mi determinación. Yo escogí esta experiencia para demostrarme a mí mismo que se puede conseguir disciplina dentro de la comodidad; para demostrarme que no estaba corriendo, sino entrenándome a mí mismo para poder llevar una rutina; para sentirme bien conmigo mismo y saber que una salida social perdida no es el fin del mundo.

[5] Te pones en el chasis
No hay forma de ponerlo bonito: correr te seca. Yo me consideraba «de huesos grandes» –con eso maquillaba mi amor por la pizza–. Resulta que te sientes tan bien contigo mismo cuando ves tu progreso, que ese es el real pepperoni encima del queso.

Lo importante fue saber lo que quería. Yo no soy Zac Efron ni iba en búsqueda de serlo, pero aprendí que es importante que, ya que correr consume la masa muscular, hay que entrenar con pesas y consumir proteínas –o sea, hay que comer mucho, pero no necesariamente pizza y conflé–.

Para concluir, y sé que las fotos hablan por mí: me gocé esa experiencia. Me sentí el rey del mundo cuando corrí por las calles de Nueva York. Sentía que habían cerrado Times Square para mí, como la escena esa de Vanilla Sky. Ver personas de todas las edades compitiendo con ellos mismos y ver la cara de personas que quiero siguiéndome en el camino fue increíble, pero también tuve la mejor satisfacción de todas: llegar a la meta y decirme a mí mismo, con orgullo, «¡Te gané! Confié en ti… ¡y no me defraudaste!».