Ya al pasar de los Hamptons a la ciudad de Nueva York teníamos previsto ir a Brooklyn y darnos un pequeño baño hipster. Resulta que en esta metrópolis el Weather Channel es bien preciso, porque aunque leí el día anterior que esperaban lluvia, pensé que era igualito que en RD, que en cuando dicen eso no hay bloqueador que pueda contra el sol. Cancelamos el viaje con mucha pena, ya que era de las cosas que mas ilusión me hacía, prometiendo que íbamos a intentar ir el jueves. ¿Y qué pasó cuando llegó el famoso día? ¡Lluvia! Pero cuando creas que las cosas no están para ti, haz que lo estén: cogimos un paraguas, nos montamos en la parada del metro de Union Square, cogimos el tren L hasta llegar a Bedford Avenue, en el corazón de Williamsburg, y ahí comenzó la aventura.

Los planes que habíamos hecho para este día eran pocos: queríamos perdernos entre calles y paredes de colores, entrando a cada sitio que veíamos para curiosear el estilo tan particular que impera en ese vecindario –antigüedad sin verse antigua–. La primera parada que hicimos fue en Heatonist, una tienda especializada en picantes. Ramón Emilio, loco con los picantes, terminó comprando 8 frascos… los cuales yo estoy seguro voy a mantener bien lejos de mi ser al momento de estar sobre la mesa.

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Los que me conocen saben que no como cuentos con mi pelo: me lo cuido mucho, siempre estoy atento a estar peinado; que si los productos, la humedad, el volumen y todo lo demás. Es algo mío y no me puedo contener. Resulta que mientras pasábamos frente a las puertas verdes de Fellow Barber, a Ramón Emilio le entró una furia por pelarse.

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Entramos, y yo inmediatamente dije que a mí nadie me le iba a poner la mano a esta cabeza… pero mientras veía cómo lo pelaban fui experimentando algo nuevo para mí, una especie de pique interno de esos que hacen que quieras meterle el pie a una gente caminando. O sea, me llené de odio. Derek, con un estilo impecable salido de una Mad Men versión hipster, fue el barbero responsable de ocasionar este sentimiento. Él mismo nos confesó que luego de la peluquería, su obsesión es la moda, y para colmo resulta que hasta es el estilista oficial de la serie Boardwalk Empire. Cuando me mandé a correr a la recepción para que me programaran la cita inmediatamente después de Ramón Emilio, me dijeron que solo estaba disponible para unas horas después.

Ustedes están claros de que yo dije que sí.

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Aprovechamos el tiempo para comer en Roberta’s, una institución de la pizza a cuatro paradas de distancia, en Bushwick. Cuando ves la entrada crees que es un lugar que ha estado deshabitado por siglos, pero ahí es que empieza la magia: en este edificio abandonado pusieron un horno de leña y bombillitos, y el espacio se fue llenando con toda la historia que la gente fue dejando.

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Mi saludo fue «Hola, tráiganos una Margherita» –porque los que saben de pizza siempre me dicen que si pides una Margherita y está buena, todo lo demás será excelente– y una Four Emperors (salsa arrabiata, mozzarella, ricotta, capra con pepe, queso Asiago y semillas de ajonjolí). Estuvieron excelentes.

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Luego volvimos al barbero, a ver si mi apuesta con Derek iba a ser positiva. Aquí están los resultados:

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A quien le gusta conocer cosas diferentes, escuchar las aceras y los árboles explicarte por dónde doblar o dónde caminar, Brooklyn es el sitio para eso. En Williamsburg y algunas partes de Bushwick todo el mundo presume de vivir sin complicaciones y sin preocuparse mucho por su apariencia, pero queda claro que cada peinado, cada barba y cada vestuario parece sacado de una película indie con mucho presupuesto. ¡Gracias por las horas de entretenimiento, Brooklyn!

Unas horas en Brooklyn

Categoría: Abul Santo Domingo
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