Maenadas

Seguramente han escuchado de casos de personas con varias viviendas, tanto en República Dominicana como el extranjero… pero que al final no cuentan con los fondos que se necesitan para poder vivirlas. Digamos que hay personas con 10 pesos en la mano que compran una casa de nueve. Hasta ahí, en teoría, se supone que el asunto es manejable. El problema es que pagar el mantenimiento y los servicios que cuesta tener la vivienda en pie y funcionando, para así poder vivir en ella o visitarla frecuentemente — en caso de que se trate de una segunda residencia — cuesta tres pesos. ¿Y saben qué termina pasando? Que esos propietarios no llegan a disfrutar esa compra, porque estiraron la gomita demasiado, hasta romperla.

Yo he aprendido, a veces a la mala, que ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo. Nuestra sociedad se enfoca a tal punto en la riqueza tangible que muchos de nosotros nos esforzamos por tener siempre a mano una demostración física y visible de nuestro valor neto. Algunas personas llevan esa demostración en el clóset; otras en la marquesina y otras en un portafolio de bienes raíces.

Ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo

Pues déjenme explicarles algo. ¿El clóset? He conocido personas que gastan tanto en el vestido y los zapatos que después el dinero no les da para pagar la cuenta del restaurante donde quieren ir a lucirlos. ¿La marquesina? No soy yo el único que conoce gente con un vehículo de lujo parqueado debajo pero que entonces deben seis meses del mantenimiento del apartamento. ¿El portafolio de bienes raíces? ¿Cuántos no se llenan la boca diciendo que tienen un apartamento en Miami, pero dejan de ir porque calculan que después de pagar mantenimiento y el préstamo hipotecario, no les da para pagar el pasaje aéreo y alquilar un vehículo?

En el caso del apartamento en Miami, que es el único de esos tres bienes que gana valor en vez de depreciarse, eso está perfecto si es una inversión. Está también el caso de las personas que quieren disfrutar de ese bien, pero no tienen el tiempo porque deben matarse trabajando para pagarlo. Si la idea es comprar algo para vivirlo, entonces es importante hacer los cálculos bien. Yo les aseguro que la persona que tiene un apartamento en Miami solo para llenarse la boca tendría una mejor experiencia si divide esos gastos entre 12 y se paga un hotel fabuloso en cada viaje.

Pero miren: yo jamás criticaría el darse lujos. La vida es corta y esos pequeños placeres valen mucho. El lujo nos trae una satisfacción sensorial y emocional, casi como una sonrisa en el cuerpo entero, que explica por qué la industria tiene tanto éxito. Pero creo que en vez de querer darnos lujos plenos sin poder pagarlos, hay que saber dosificarlos. En el New York Times leí una pieza sobre gente que tiene sus no-negociables cuando viaja, pero entonces raciona por otro lado. Por ejemplo, algunos sí o sí quieren alojarse en un hotel boutique con buen diseño y buen servicio, pero entonces ahorran en la comida, mientras otros hacen todo lo contrario — ahorran en el hotel para hacer sus reservaciones en su lista dorada de restaurantes de autor —.

Cuando era más joven, yo era parte del club del desboque — solo tienen que preguntarme por la vez que decidí tener la oficina de Maeno&Co en una torre carísima, solo porque pensaba que ahí era que tenía que estar para que me vieran —. Ahora que he entrado a la treintena, yo he aprendido que mi valor no va ligado al metraje cuadrado que ocupa mi sombra financiera. Yo soñaba toda la vida con tener un apartamento con vista a un parque, para poder respirar tranquilidad y correr por las mañanas. Mi pareja y yo logramos cumplir ese sueño recientemente, y decidimos hacer una remodelación por pasos. Nuestra meta era no dejar de viajar los veranos ni dejar de salir a cenar los miércoles porque lo habíamos gastado todo en un sofá o un cuadro. Nuestra meta era ir amueblando y decorando poco a poco, de modo que pudiéramos vivir la vida tanto fuera como dentro del apartamento. Y así ha sido: nuestro apartamento todavía no está “terminado”, pero para mí es la vivienda más linda del mundo, porque me recuerda que la tranquilidad se encuentra en la capacidad de dosificar.

Por eso, a todos nos convendría trabajar en nuestra autoconfianza. Creo que debemos de dejar de tener para enseñar… y en vez de eso, vivir para enseñarnos a nosotros mismos.

Maenadas

Hora de confesarme: cuando Maeno&Co comenzó, me di cuenta de que era mucho más probable conseguir aprobación y difusión de las fotos sociales que mandábamos si elegía las que tenían personas con un look “aspiracional”. Para hablar clarísimo: la mejor vestida era la más flaca, la más larga o la que tenía el salonazo perfecto; el mejor vestido era al que se le veían los cuadritos o los biceps por encima de la ropa, con el gelatinoso perfecto y siempre ensacado. El look aspiracional aquí era binario: o flaca con salonazo o cuadritos ensacado.

Pero esto ustedes ya lo han escuchado, y algunos de ustedes lamentablemente han vivido el azote de la pirámide. Lo que me interesa de esto no es apuntar al problema, sino explicarles cómo pienso ser, desde el pequeño espacio de acción que tengo, una parte de la solución.

Esta generación ha entendido que el respetar debe ganarle la carrera al juzgar

Los años no pasan en vano, y yo estoy agradecido de haber aprendido la lección — aunque me haya tomado tanto tiempo —. No fue una sola situación que me hizo ver la luz, sino que fue una colección de cientos de situaciones que me hicieron cambiar de lentes mentales. Fue ver el respeto a la expresión personal en la más reciente edición del Bocao Food Fest, donde imperaba el lema “You better love” — era como firmar un descargo mental que decía que al entrar por el portón principal ibas a valorar todo lo que vieras, y que aunque tal vez no te identificaras con algo, le debías el gran respeto de respetarlo—. Fue ver que en uno de los eventos más prestigiosos del mundo empresarial dominicano una mujer pudo sentirse a gusto con el pelo crespo rizo en vez de estar obligada a “domarlo” a base de alisado y blower. Fue ver que la comunidad gay local está buscando la celebración de distintos espectros de masculinidad y de tipos de cuerpo, creando espacios y eventos que trascienden los lugares y vecindarios que supuestamente se esperan de ellos. Esta generación de jóvenes está poniendo granitos de arena todos los días para cambiar el litoral social de este país. Es más, son ellos y ellas los que han entendido que el respetar debe ganarle la carrera al juzgar.

Yo he entendido que la belleza viene en muchas presentaciones, colores y tamaños. Ahora mi plan es aportar para llevar esa idea a un lugar que sea capaz de moldear opiniones: la comunicación de marca. Como agencia que trabaja en este sector, en Maeno&Co vamos a debatir la idea incorrecta de que una persona de pelo rizo o en sobrepeso no puede promover una marca de lujo. Nos hemos propuesto ver más allá y entender los gustos y conocimientos de cada persona. Queremos demostrar que su público meta se identifica con ellos y ellas por su autenticidad y por su saber, y por que no venden una realidad photoshopeadísima e inalcanzable hasta para ellos mismos. Vamos a buscar darle voz a una generación de jóvenes que quiere ver representación en sus medios — y a comunicar a nuestros clientes que, si no se adaptan a este cambio positivo de mentalidad, es posible que el tiempo los deje atrás —. Vamos a trabajar para inculcar primero la aceptación, luego el respeto y entonces la admiración por todas esas cosas que nos hacen diferentes, pero igualmente valiosos.

Con esto la idea no es solo que veamos un arcoíris más amplio de personas en los momentos clave de influencia en los medios o en eventos sociales considerados de alta gama. Yo lo veo como algo más grande: es poder decir firmemente “You better love”, pero no solo a los demás… sino también a nosotros mismos.

¿Quién me mandó a meterme en esto?

En septiembre de 2016 una amiga me llamó para decirme: «¿Por qué no corremos el medio maratón de Nueva York el próximo marzo?». Para quienes no saben, un medio maratón tiene 21 kilómetros. Para quienes tampoco saben, yo tengo un archivo de gavetas mentales llamado «Preguntas sin sentido y que no se parecen a Maeno», y ahí mismito metí esa pregunta después de darle un trancón al teléfono.

Pero entonces dos cosas me llegaron a la mente: a mí me encanta la competencia, y mi competidor más exigente soy yo mismo. Cada día culpamos al tiempo por nuestras metas inconclusas, y yo estaba entrando en una etapa en donde no tenía tiempo ni para ponerme producto en este cabello. Pero donde comen dos comen tres, y por eso me pregunté: «¿Y qué te impide agregar una tarea más, la de cumplir ese gran reto personal?».

Aparte, en ese momento en mi familia estábamos pasando por un momento difícil: a mi papá le habían encontrado unos coágulos en las piernas, un diagnóstico muy peligroso. Estuvimos muy preocupados durante varios días hasta que finalmente lo vimos recuperado. El doctor nos explicó que la causa principal de esa afección es la falta de actividad física y cardiovascular.

En ese momento tomé el teléfono, llamé a mi amiga y le dije: «¿Por qué no?».

Como buen nerdo, me puse a investigar todo lo que necesita para correr adecuadamente: saber lo que es el «pace», que todas las corridas que no son de 42 kilómetros se llaman «carrera», que cada kilómetro que yo recorriera iba a ir dedicado a mi papá. De esta experiencia, que terminó cruzando la meta hace unos días en Nueva York, saqué cinco razones para que todo el que quiera retarse se anime a seguir estos pasos –¿vieron lo que hice ahí?–.

[1] La competencia no es con los demás, sino contigo mismo
Muchas personas –incluyendo a Maeno Pre-Fit– te preguntan cuál es la necesidad de hacer un medio maratón. ¿Premian al primero en llegar? ¿Ganas dinero? ¿Te vas a desbaratar el cuerpo para dejar las rodillas en la talvia? Yo ahí les respondía: lo importante de esta experiencia es que no estás compitiendo con otros, aunque hay miles de personas a tu lado, sino contigo mismo, pues tú sabes hasta donde pedirte y qué exigirte.

Yo encontré un equilibrio, y no me exigía más de lo que sabía que podía dar. Mis expectativas eran de hacerlo en 2h40; lo acepté y arranqué. Corrí a mi paso, no me exploté y no dejé las rodillas en la talvia –yo les hablaba y les decía que se portaran bien, que no iba a maltratarlas–. Ese día en Nueva York terminé en 2h28. Con esa satisfacción personal gané algo más valioso que el dinero: gané la posibilidad de felicitarme a mí mismo.

[2] Corre en grupo… pero no en una secta
Hacer las cosas con un grupo de amigos siempre es favorable. Para este entrenamiento creamos un grupito que apodamos El Casino –porque al principio barajábamos mucho–. Creamos el respectivo grupo de WhatsApp, nos veíamos en todos los entrenamientos y creamos muy buena química. Todos estábamos en la misma página en cuanto a no dejar de brindar con El Catador y que íbamos a gozarnos la experiencia, cada quién manejándola según le funcionara mejor.

Al momento de correr siempre trataba de hacerlo solo, porque acompañado quería darle más rápido y no me concentraba o me ponía a hablar. Así que, por eso decidí encontrarme con mis amigos al inicio y de ahí Maeno cogía su ritmo. Eso fue lo que mejor me funcionó.

Los sobrevivientes: María Alejandra De Moya, Josie Estrella de Dhimes, Raul Santaella, Rochelle Vicente, yo, Mónica García y Dominique Barkhausen

[3] Tener un buen entrenador que use el silencio como arma letal
Yo estaba cogiendo fresco cuando estaban repartiendo paciencia al momento de yo llegar al mundo. Se me hace muy difícil entender que las cosas toman su tiempo, y esto lleva a que a veces me canse fácil de algo cuando no veo el resultado esperado. Por eso debo agradecer a mi entrenador, Raúl Santaella, quien me enseñó que las cosas se dan poco a poco, y que para llegar a un objetivo hay que empezar pequeño e ir avanzando. Durante todo el entrenamiento, él aguantó mis crisis de la mejor manera que se puede tratar a una persona acelerada: ignorándome. Yo cogía mis piques al principio, y él con su ley del silencio.

Mi primera carrera importante fue una de 10 kilómetros en octubre. Pensé que eso era lo más grande y que el mundo se me iba a acabar, pero… cuando hice mi último fondo –esa palabra se usa para las corridas largas en preparación para una carrera–, lo único que me dijo Raúl fue: «¿Qué diría el Maeno de septiembre si viera lo que acabas de lograr?». No tuvo que decir nada más.

[4] De repente, «disciplina» es tu palabra favorita
Al momento de compartir una experiencia no solo hablo del resultado final, sino también el proceso. Vivimos en un mundo donde solo cuenta la parte bonita de una meta lograda, sin explicar cómo llegamos ahí –lo siento, Beyoncé, pero eso de «woke up like this» es mentira–.

Mi proceso de entrenamiento fue muy duro, sobre todo porque no soy muy dado a la actividad física y mi trabajo solo me permite entrenar en la mañana, pues los eventos de los clientes son de tarde y noche. Comencé levantándome a las 5:30 de la mañana para ir al Mirador los lunes, jueves y sábado, y entrenando con pesas a las 6:00 de la mañana los martes, miércoles y viernes. A eso había que sumarle el hecho de que los viernes tenía que dormirme súper temprano, para poder estar descansado el sábado, y no tomar ni comer nada pesado para no afectar mi desempeño. Como se podrán imaginar, todos los coros, actividades y juntaderas eran los viernes, y por un momento pensé que era una conspiración en mi contra.

Y claro, no faltó el bullying de la gente que te pone cara de «tú eres uno de esos» cuando les dices que estás entrenando para un medio maratón.

Pero nada de eso pudo contra mi determinación. Yo escogí esta experiencia para demostrarme a mí mismo que se puede conseguir disciplina dentro de la comodidad; para demostrarme que no estaba corriendo, sino entrenándome a mí mismo para poder llevar una rutina; para sentirme bien conmigo mismo y saber que una salida social perdida no es el fin del mundo.

[5] Te pones en el chasis
No hay forma de ponerlo bonito: correr te seca. Yo me consideraba «de huesos grandes» –con eso maquillaba mi amor por la pizza–. Resulta que te sientes tan bien contigo mismo cuando ves tu progreso, que ese es el real pepperoni encima del queso.

Lo importante fue saber lo que quería. Yo no soy Zac Efron ni iba en búsqueda de serlo, pero aprendí que es importante que, ya que correr consume la masa muscular, hay que entrenar con pesas y consumir proteínas –o sea, hay que comer mucho, pero no necesariamente pizza y conflé–.

Para concluir, y sé que las fotos hablan por mí: me gocé esa experiencia. Me sentí el rey del mundo cuando corrí por las calles de Nueva York. Sentía que habían cerrado Times Square para mí, como la escena esa de Vanilla Sky. Ver personas de todas las edades compitiendo con ellos mismos y ver la cara de personas que quiero siguiéndome en el camino fue increíble, pero también tuve la mejor satisfacción de todas: llegar a la meta y decirme a mí mismo, con orgullo, «¡Te gané! Confié en ti… ¡y no me defraudaste!».