Abul Santo Domingo

Hace unos días les contaba que es importante poder vivir el high y el low con autenticidad, y que la gastronomía es una buena parte de eso — nadie come en restaurantes Michelín todas las semanas, porque sencillamente los momentos de la vida son variados y cada uno tiene necesidades diferentes —.

Pero como le busco la quinta pata a todo, incluyendo a las mesas de restaurantes, me pregunto: ¿Se puede vivir una experiencia gastronómica low con todo el peso emocional de una experiencia high? Yo encontré la respuesta en Barcelona, en un legendario bar de tapas llamado Quimet & Quimet.

Lo primero que deben entender es que Quimet no está en el epicentro turístico de la ciudad, sino que se encuentra en Poble Sec, un vecindario obrero cercano a las faldas del Montjuïc. Lo segundo es que ese lugar fue fundado y está funcionando desde 1914, y por lo tanto ha tenido más de 100 años para perfeccionar sus recetas y su sistema de servicio… y que también la voz se corra sobre la calidad de ambos. Ese siglo no ha pasado en vano.

El Quimet original era un Joaquim perteneciente al árbol genealógico directo de los propietarios actuales. El bar sigue siendo, sorprendentemente, un negocio familiar. Es, como la Puerta de Alcalá, un lugar donde conviven pasado y presente — y ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, la puerta del Quimet —. Hay gente que tiene décadas pidiendo su pan con tomate por las tardes, pero también hay nuevos habitués, como yo, que son recibidos con el mismo cariño. De hecho, oigan esto: fui por primera vez en 2018 por una recomendación de mi cuñada Michèle Jiménez Vicens. El joven que nos atendió se dio cuenta de que yo no tenía idea del contenido del menú, sino que veía platos salir y le indicaba que quería uno igual. Cuando volví un año después, el mismo joven me dio la bienvenida, y me dijo que me recordaba perfectamente, porque era el tipo que comía con los ojos. ¡Eso es tener conciencia de servicio!

Ahora, ¿por qué veía los platos salir con tanta facilidad? Porque no es un lugar con mesas separadas ni un orden establecido, sino que la gente está de pie y va pidiendo platos aparentemente a lo loco a un encargado en la barra, mientras él va anotando todo en una listita de papel. Esta dinámica funciona porque es un espacio pequeño donde caben apenas unas 20 personas. Al final, las servilletas se tiran al piso y se comienza el proceso de nuevo, según lo que dicte el estómago.

Yo en esa algarabía salí encantado con una tapa de anchoas con queso, con el taco de atún con piquillos, con tres servicios de ventresca, con los boquerones en vinagre. Todo eso bajaba con unas cañitas, de una cerveza de producción propia que tienen en el bar — por cierto, el bar comenzó porque el Joaquim original necesitaba un lugar para comercializar el vino que hacía, y en ese entonces las tapas y los montaditos fueron un vehículo para vender alcohol, en vez de ser a la inversa —. Ese bar me enseñó a salir de mi zona de confort culinaria, con ingredientes que no me había atrevido a probar aún, y a apreciar la belleza de un espacio gastronómico con humildad en el ambiente pero orgullo en los ingredientes. Por eso, durante mi visita este año a Barcelona, volví expresamente a Poble Sec para visitar el bar.

Esta experiencia me hizo pensar en otra cosa: hace unos meses en Maeno&Co trabajamos por primera vez con Mastercard para un evento de su plataforma priceless — esa que dice que hay cosas intangibles cuyo valor supera su precio —. Ahora, pensando en la razón por la cual estas visitas a Quimet & Quimet me han impactado mucho más que haber estado en restaurantes galardonados, me vino a la mente ese mensaje. Yo poco a poco estoy a prendiendo a distinguir entre valor y precio. Sé que el dinero puede comprar cosas con valor, pero muchas cosas con valor no necesariamente se compran con dinero. Comer así de bien, rodeado de un sistema forjado a base de la experiencia que dan 105 años de operación en un ambiente donde uno se siente apreciado… bueno, de verdad que no tiene precio.

Abul Santo Domingo

Conocer un lugar por primera vez me causa una felicidad tan grande que me salen muelas nuevas para poder tener una sonrisa más grande y por más tiempo, sin importar qué tan lejos o cerca esté de mi cueva en Naco. Ahora nos tocó Chicago, un viaje que desde hace varios meses veníamos planeando un grupo de amigos. Me apunté sin tener ningún tipo de expectativa o haber realizado una investigación de para dónde iba… y esto es raro, porque los que me conocen saben que tanto para Maeno sin el Co como con el Co, planificar es esencial. Sin embargo, esta vez decidí ser espontáneo, llevarme del grupo y arrancar.

Todo viaje es una experiencia diferente, y lo que hace una experiencia memorable es la compañía, sobre todo si tienen cosas en común para poder disfrutarlas juntos. Muchos grupos viajan para conocer monumentos, para ir de compras, para meditar en otro aire, pero nosotros viajamos con una sola meta: LA COMIDA. Por más cosas que conocí y todo lo que caminé, lo que se me quedó en la mente fue todos los platos que probamos, todos los restaurantes que visitamos –y fuimos tan campeones que agregábamos restaurantes para hacer la merienda–. Aquí les dejo un corto listado de los lugares que pude documentar, ya que cuando ponían un plato en la mesa, no podías ni pestañar porque ya había desaparecido.

GIORDANO’S
Dicen que quien va a Chicago y no prueba la famosa stuffed deep dish pizza puede decir que no conoce la ciudad. Como saben que «Pizza» debió ser mi primero, segundo y tercer nombre, inmediatamente llegando al hotel dejamos las maletas y corrimos para Giordano’s. No hay forma de describir el sabor; solo puedo decirles que ese pie completo de pizza con doble corteza y queso en el centro es para caer preso por entrar de forma ilegal a la media isla 20 cajas en el equipaje de mano. Toma 45 minutos en hacerse y créanme, vale la pena la espera. Miren aquí debajo la prueba fehaciente:

PizzaGiordanos

THE PURPLE PIG
Cuando subes una foto a Instagram o Snapchat y todo el vivo que te da un like o un view te escribe “Ve a The Purple Pig”, lo mejor que uno puede hacer es obedecer. Como ocho buenos muchachitos arrancamos para este restaurante, donde nos sentaron en una mesa alta, y ahí empezó la dinámica: su manera de servir me encantó, porque todos los platos son pequeños, y así puedes probar de todo y en cantidades industriales. De todos ellos, mi plato favorito fue el pan de maíz bobota con queso feta, queso Mizithra y miel.

The Purple Pig

1 The Purple Pig
El pan de maíz bobota
2 The Purple Pig
Orejita de cerdo con kale, pimientos en vinagre y huevo frito
3 The Purple Pig
Terrina de pulpo con ensalada de papas y apio

AU CHEVAL
Siempre me quejaba de la gente que cada vez que prueba algo dice: «Esto es lo más bueno que he comido en mi vida» –es lógico que me moleste si lo dices a la hora de almuerzo, lo repites en la cena y ya se vuelve un himno y pierdes credibilidad–. Tomando eso en cuenta, es imposible que si te vas de viaje todo lo que comas sea mejor que lo anterior… pero en Chicago es así. Luego de comerme la ciudad completa, el cierre con broche de oro fue Au Cheval, un lugar famoso por sus hamburguesas. Pequeño, medio escondido, oscuro y para colmo con una espera de tres horas para entrar, pero tiene esa magia que solo la da la calidad y la pasión por hacer algo tan básico de una manera extraordinaria. Las fotos hablan por sí solas, porque yo solo les puedo decir que es memorable.

Au Cheval

1 Au Cheval
Pollo frito a la miel estilo General Jane, con chili, ajonjolí y cilantro
2 Au Cheval
Hamburguesa de queso doble con huevo y tocineta

Tacho de mi lista por conocer una ciudad que muchos creen que solo es viento y pizza, pero para mí fue mucho mas de eso: fue una experiencia gastronómica y cultural, donde aprendí sobre sus edificios y su historia. Lo que te llevas de todo esto, aparte de las libras de más, es poder compartir con un grupo de amigos que se vuelven tus cómplices no solo en la vida, sino también en la mesa.

Abul Santo Domingo

Dicen que siempre dejamos lo mejor para último, y Manhattan es definitivamente lo mejor en un viaje por Nueva York. Caminamos, conocimos, comimos, y sobre todo disfrutamos de poder ver todo un mundo rodeado de calles que le dan sentido a ese término que la define de esquina a esquina: «la capital del mundo». Aquí les comparto mis puntos favoritos en la ciudad.

EL HIGH LINE
Viajar con un arquitecto te enseña a ver cosas que antes no entendías, o mejor dicho no sabías el origen: esto me pasó con el High Line. Me cuentan los manhataneros que este proyecto era odiado por todos los desarrolladores de edificios, porque era una línea de ferrocarril abandonada que se construyó en la década de 1930. Resulta que un grupo de locos pudo hacer este parque, un espacio donde puedes cautivarte con la magia de la ciudad pero con un toque de naturaleza –en otras palabras, no estás cantando con los pajaritos en Central Park, pero tampoco cruzando una calle entaponada con miedo a que un taxi amarillo te batee–.

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BUBBY’S
Esas mismas personas que no creían en el High Line y solo querían subir torres se han dado cuenta del valor que ha cogido todo lo que rodea esta edificación, ya que los precios suben por segundo y todos los establecimientos viven llenos. Justo antes de subir nos paramos a comer en mi lugar favorito de todo el viaje: Bubby’s, un restaurante que se define como un «defensor de la mesa estadounidense». Para explicar ese lema: ellos están felices de que la gastronomía local siga evolucionando y vengan otras culturas a traer su comida, pero ellos van a hacer sus platos típicos estadounidenses, sin perder la esencia de su cultura. Aplauso para ellos.

En nuestra primera visita pedimos unos huevos benedictinos con panecillos de leche cortada, tocineta de la casa y unas hash browns, junto a un Double Decker Grilled Cheese de fontina y gruyere con aguacate y cebollas dentro de un pan de masa fermentada. El segundo día repetimos ese sandwich junto a una hamburguesa Double Bubby’s, y aparte probamos los macarrones con queso. Sobre este último plato: yo no como nada salsoso, pero yo no sé como fue que lo hicieron… no tenía esa acostumbrada crema pesada, y tenía una especia que todavía hoy estamos buscando qué pudo haber sido –¿Canela? ¿Nuez mozcada?–. Llegó un punto que Ramón Emilio no sabía si era una avena de desayuno o unos macarrones, pero lo que sí les garantizo es que estaba mortal.

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EL WHITNEY (Y NO HOUSTON)
Como me pasé el viaje posando para fotos con mochilas, en paredes y cruzando calles, pensé que también era importante equilibrar con un poco de cultura. Esta vez me tocó ir al Whitney Museum, con una retrospectiva de Frank Stella; aquí pudimos apreciar alrededor de cien de sus obras, comenzadas a mediados de la década de 1950. También pudimos ver la exposición de Archibald Motley, donde pude ver el crecimiento de un artista en sus diferentes etapas, a pesar de estar enfocado en poder plasmar las características culturales de la sociedad afroamericana. A pesar de enfocarse en escenas musicales y de festejos, el retrato de su abuela, Portrait of my Grandmother, fue uno de los que más me tocó: hay toda una historia reflejada en ese rostro.

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SOMETHING ROTTEN
Si vas a Nueva York y te gusta, como a mí, la producción, el arte, los vestuarios y lo bonito en general, Broadway es una parada obligatoria. En esta ocasión vimos Something Rotten, una obra sobre dos hermanos que escriben obras de teatro en la época del Renacimiento Inglés, donde Shakespeare era el David Beckham y ellos luchaban por poder tener su mismo éxito con alguna de sus obras.

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A LO FASHION BLOGGER
Cuando me enteré de que Emilio Rodríguez, uno de los nuevos talentos fotográficos que está utilizando Maeno&Co, estaba en Nueva York, inmediatamente le pedí juntarnos para hacerme fotos para este blog. Nos juntamos con él en el High Line y de ahí seguimos hasta Cafe Cluny –el nuevo «it place» de Manhattan, recomendado por Michèle cuando me aseguró que iba a encontrar una celebridad ahí sin importar la hora, y quien no se equivocó cuando tuve al lado a Conrad Ricamora, el Oliver de How to Get Away with Murder–.

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Para resumir: me hice un cambio de ropa en pleno Chelsea Market, porque por más chulas que vean las fotos, para llegar a ellas fue todo un proceso.

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Y así terminó mi gira por Manhattan, y esta tan necesaria escapada a Nueva York.

Abul Santo Domingo

Desde que pude ver claramente, cuando me pusieron mis primeros lentes a los seis años, fui fanático de los superhéroes. El poder que siempre quería tener era viajar en el tiempo, y esta vez puedo decir que mi poder se hizo realidad: La Habana fue exactamente eso, un viaje en el tiempo donde dejé de ser yo y pude conocer un Maeno que nunca había visto. Mis ganas de aprender, preguntar y conocer siempre han estado bien desarrolladas, pero La Habana me agarró, me picó un ojo y ella sola me respondió.

Para los que me conocen saben que amo la magia de lo antiguo, la belleza de lo raro y la personalidad de lo rústico, pero como odio pasar trabajo es algo que me gusta ver desde una sala de cine o montado en un carro con aire. Pues les cuento, La Habana me domó. Pocas semanas de preparación con unos días de improvisación y muchos minutos de incertidumbre hicieron un viaje inolvidable, donde las expectativas rompieron su termómetro y ahí dije: “Lo mío es viajar y tú, La Habana, deberías ir a todas partes del mundo conmigo».

Aquí les cuento los lugares, las experiencias y la magia que vivimos por cuatro noches, donde ni la tormenta Erika pudo arruinar mi Habana.

La Habana Vieja

Si el vino se pone mas bueno con los años, Habana, ¡tú debiste haber nacido vieja! Es perderte en un mundo donde la decadencia tiene una magia especial, es darte cuenta que las arrugas en la cara no quieren decir que la belleza no existe y mucho menos darte cuenta de lo bella que fuiste.

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Doña Eutimia

Si alguien pensó que había probado un mojito, ahora mismo llame a todo el que se lo ha dicho y haga un plan de contingencia: ¡Han dado un mensaje falso! El mojito se debe llamar Eutimia. No sé si el calor, la magia del lugar o las ganas de tomar hicieron que mi paladar perdiera la memoria fotográfica y llamara a la gustativa. En este lugar, ubicado al final de un callejón a pocos pasos de la Plaza de la Catedral, vivía doña Eutimia, quien le cocinaba a los obreros que trabajaban el hierro en el taller de al lado. Apuesto que estos hombres hacían hierro y le daban a los hierros, porque entre los frijoles, la carne mechada y las frituras de malanga no habían macros, pero había fuerza.

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El almendrón

Un viaje en el tiempo tiene que tener producción y no puede faltar un paseo en “almendrón” entre las vías del Malecón, y descapotado. Hace que hasta te quieras despeinar.

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El Cocinero y La Fábrica de Arte Cubano

¿Qué piensas cuando vas a un lugar y se te olvida tirar una foto? Yo pensé que eso es lo peor que le puede pasar a un adicto al flash, pero en esta ocasión entendí que eso significa desconectarte de todo y solo vivir. Esto me pasó en El Cocinero, un restaurante donde subes por una chimenea gigante, y que originalmente era una fábrica de aceite –por eso su nombre–.

Al salir de ahí, justo al lado vuelves al 2015 y te encuentras con la Fábrica de Arte Cubano, un lugar donde el incomprendido fue a expresarse y da el mejor de los resultados cuando se unen esas fuerzas. En este lugar había una exposición de comics cubanos –en ese momento, yo morí y quise llamar a Mafalda, pero no tenia WiFi–. Un espacio donde hay ambientes de música en vivo, películas, escondites de arte y un bar súper agradable para que no te falte nunca un estímulo para seguir apreciando lo que te rodea.

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La Plaza de la Revolución

La política no es lo mío; pregunto pero no averiguo, no me gusta y no lo puedo evitar. Es por esta razón que para mí esta plaza, más que 72 mil metros cuadrados de política, son metros de historia y arte. El monumento de José Martí fue esculpido por Juan José Sicre y justo en frente, si te tiras tu foto, tienes en photobombing al Che y a Camilo Cienfuegos, ambas imágenes hechas en relieve escultórico.

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El Hotel Nacional y su Parisien

Si usted piensa que en Roma hay mármol y en Cuba solo hay mojitos, quémese usted mismo y póngase a repetir la clase. Fundado en 1930, el Hotel Nacional hizo que yo inmediatamente quisiera ponerme mi etiqueta tropical, prendiera un habano y tratara de no toser. Dentro del mismo hotel hay un show llamado Parisien, donde por medio del baile, el canto, las plumas, los brillos, las frutas, las hojas de plátano, los guineos, las pestañas y las pelucas te explican los orígenes de la cultura cubana.

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La Guarida

Trataré de explicarlo lo mejor que pueda, pero les ruego que cojan un avión aunque sea la ida por la vuelta y vivan esta experiencia. Aquí les cuento: móntense en el carro, anden por las calles estrechas y decadentes de La Habana Vieja. Cuando se desmonten entren por una puerta que está abierta, y si la ven detenidamente, se dan cuenta de que su trabajo más o menos dice “100 años de elaboración y que muchas manos las hicieron”. Cuando entras te das cuenta que en este espacio viven algunas 50 familias, donde cuelgan su ropa para secar, ven televisión, oyen salsa y hablan, o mejor dicho vocean entre ellos. Es en este momento donde te dices: “He venido a comer a una pensión y soy un invitado en una casa de familia”. Luego ves una escalera con un ángel de piedra descocotado, con cada escalón y pasamano en mármol, y entonces dices: “De una así fue que la Princesa Diana se tiró en una de sus crisis nerviosas”. Pues subes y te encuentras con la mejor gastronomía cubana, la que se sirve en La Guarida, un restaurante que convive con estas familias y que ha sido anfitrión de las mas grandes celebridades que han visitado Cuba… y estos dos mortales que han venido a tocar la puerta.

Abres el menú y su introducción es esta:
“El paladar La Guarida abrió sus puertas el 14 de julio de 1996, en un hermoso palacete de principios del siglo XX. En la actualidad constituye un edificio multifamiliar, que ofrece un ambiente único donde se mezclan la rutina diaria de los vecinos con las faenas de un restaurante de lujo. En el año 1993 se filmó en este edificio la mítica película Fresa y Chocolate, el primer y hasta ahora único filme cubano nominado a los premios Oscar y ganador de innumerables distinciones. La historia de amistad entre el homosexual Diego y el joven comunista David marcó un antes y un después en la sociedad cubana, con su gran llamado en contra de la intolerancia. ‘Bienvenido a la Guarida’ le dice Diego a David en la famosa película. ‘Bienvenido a la Guarida’ le decimos nosotros, convencidos de que en nuestra casa podrá descubrir una ciudad en tres tiempos, anclada en la historia, marcadapor su cotidianidad y esperanzada con su futuro.»

No hay más nada que decir.

LaGuarida

Varadero

Así como digo que las cosas hay que verlas y también compararlas, Varadero es la playa más emblemática de esta isla, pero ahí me quito el sombrero y digo: “Qué grande eres, República Dominicana”.

Varadero

Happy Together, Cuba & EEUU

En La Habana respiras arte, pero un arte emblemático por su vejez, lo que hace que al momento de ver cómo lo viejo se une con lo joven, esta interacción te deja dicho que ver una pareja con años de diferencia puede funcionar y hasta tiene su magia. Caminando por la calle Cuba y viendo el numero 513 nos encontramos con una exposición llamada Happy Together, Cuba & EEUU. Ahí ilustradores de ambos países crearon obras con sus personajes animados más emblemáticos –entre ellos, el Gato Félix, Pedro Picapiedra, Snoopy, y Betty Boop–. Esta exposición fue presentada en la Bienal de Cuba, lo que hizo que inmediatamente fuera el souvenir perfecto para nuestro viaje.

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