Muchas veces siento que, en materia de criticar, ni Usain Bolt le gana a la velocidad con la que agarramos el celular para teclear veneno. Esto es parte de lo que les comentaba en una Maenada pasada. Pero eso no me sorprende, porque al fin y al cabo somos humanos y es parte de nuestra naturaleza. Lo que sí me sorprende es lo lentos, poco empáticos o hasta incapaces que somos a la hora de alabar lo bien hecho.
Un piropo que sale del corazón es un regalo para una relación interpersonal, pero un piropo que sale del cerebro vale por dos para una relación profesional. Me explico: ya algunos hemos apagado el ego a la hora de aplaudir algo personal en los demás —ahí entra un piropo cuando alguien tiene el bonito revolteao, cuando a alguien le quedó bella su casa o cuando la comida está que se merece cuatro estrellas Michelín—. Sin embargo, nos cuesta muchísimo más utilizar esa misma mecánica para dar un piropo profesional. ¿Y saben qué es lo peor? Que muchas veces no es malicia, sino que no nos imaginamos la importancia que tiene para quien está del otro lado.
“¡Qué bonito quedo todo!” no es un piropo bien horneado
En Maeno&Co realizamos eventos con frecuencia, y lo digo en serio: la clave del éxito de lo que hemos hecho se debe en gran parte a esos piropos profesionales que nos indicaron cuál era el camino correcto. Mucha gente no se imagina el sudor y las neuronas que hay que ponerle a la producción de un evento; por eso, cuando alguien se fija en un detalle que costó trabajo y lo resalta, es casi como una consultoría gratuita (y muy apreciada).
Pero ojo: “¡Qué bonito quedo todo!” no es un piropo bien horneado. Yo creo que el sistema educativo dominicano hace demasiado énfasis en el qué y no en el por qué, usando mucha botella, introducción, desarrollo y conclusión en vez de análisis y opinión personal, y por eso crecimos sin desarrollar esos músculos mentales que nos permiten contextualizar nuestra opinión. Por eso, un piropo al dente sería: “Qué buena elección hicieron con la moderadora del panel, porque era un tema difícil de tratar, pero ella lo desmenuzó todo con humor para que cualquier ciudadano de a pie lo entienda”. Eso, por ejemplo, nos deja saber que ese talento conecta con el público, y debe ser nuestra primera elección a la hora de realizar eventos que conlleven conversaciones sobre el escenario.
Lo bueno necesita ser amplificado para que cree precedente y entonces tendencia
O no tiene por qué ser un evento. Quizás es algo que ven por redes sociales. Muchas veces no decimos nada porque pensamos que la empresa o el equipo ya lo saben, pero de nuevo: un piropo es una confirmación de que algo ha conectado con el público, y las empresas entonces ajustan la brújula para ir a este nuevo norte. Entonces pónganse a pensar: ya que ustedes tienen el poder a través del celular de comunicarse con cualquier persona o empresa, ¿por qué no reforzar lo bueno? Si comienzan a hacer eso, es muy probable que con sus opiniones encaminen al mercado hacia algo que vaya más acorde con lo que ustedes buscan. Muchos queremos aportar a la inclusión, a las medidas sostenibles, a la equidad de género. De corazón, se los digo: para todo eso, una crítica negativa ayuda muchísimo, pero un piropo también. Ambos ayudan a moldear la sociedad según lo que queremos ver, porque lo bueno necesita ser amplificado para que cree precedente y entonces tendencia.
Pero en la agencia decidimos no esperar a que esto cambie, y lo vamos a cambiar nosotros: si la montaña no va a Maeno&Co, Maeno&Co va a la montaña. Si asisten a uno de nuestros eventos en el futuro próximo, se van a dar cuenta de que vamos a estar con carpetica en mano dando carpeta, preguntándoles qué les gustó y qué no de lo que acaban de vivir. Vamos a abrir el horno y a sacarles tanto las críticas negativas como los piropos, porque esa es nuestra energía renovable para seguir mejorando.
Por eso, ¿quieren mejores empresas, mejores eventos, mejores talentos, mejor servicio, mejores colegas, mejores anuncios, mejores películas, mejores ambientes de trabajo, mejor lo que sea? Entonces hay que dejar de comerse los piropos.