Maenadas

Para pendenciero que me busquen: en los pocos viajes que he hecho al supermercado durante esta etapa de distanciamiento social no he podido evitar echar un vistazo rápido a los carritos a mi alrededor. Resumiendo mis hallazgos: he visto mucho conflé y muchos brownies en esas compras. Eso me ha puesto a pensar: ¿Es este el momento de entregarnos a la comida que nos da confort, como son los dulces, o en vez de eso de tratar de mantener la salud por la boca, con una ingesta más concienzuda de macronutrientes?

Decidí hacerle estas preguntas al doctor Jorge García Vincitore, a quien muchos de ustedes ya conocerán por su participación en el cuarto episodio de Sacándole el Jugo. Aparte, ¿hace bien tomar suplementos de vitamina C en estos días? ¿Hay una estrategia nutricional que sea mejor que otra? ¿Es mejor comprar alimentos frescos o irse por los congelados? Aquí comparto sus consejos.

EL EXPERTO: DR. JORGE GARCÍA VINCITORE
Medicina regenerativa y funcional

[1] Entender el rol de las vitaminas C y D

Primero, para desmentir algo que he escuchado mucho en estos días: no hay que volverse locos comprando vitaminas C y D. Hay que entender que ustedes pueden bañarse en esas vitaminas, y si no tenían una deficiencia de base, no les va a ayudar en nada para fines inmunológicos. Quien no tiene suficiente vitamina D necesita suplementar y hasta subir la dosis en esta situación… pero no ayuda en absoluto a quien ya la tiene en niveles normales.

Ahora, una salvedad importante: en estos días que estamos trancados en casa, cogiendo menos sol de lo poco que seguramente ya cogíamos antes por nuestro estilo de vida urbano, y aparte una dieta accidentada en cuanto a la vitamina D, seguramente muchos tenemos deficiencia. Por eso, y sobre todo para quienes no consumen productos de fuente animal, es importante considerar en estos momentos la suplementación con vitamina D3. Ojo: esta es liposoluble, así que es recomendable que la ingieran con comida o alimentos ricos en ácidos grasos, para así mejorar su absorción.

[2] Dar prioridad a la proteína

Los seres humanos no podemos ni producir ni almacenar proteína. Por lo tanto, debemos enfocarnos en tener una ingesta proteica adecuada cada día.

Tenemos que darle prioridad a estrategias que no solo nos lleven a suplir lo que necesitamos desde el punto de vista fisiológico, sino que también reduzcan la cantidad de veces que vayamos al supermercado — porque ahora mismo no hay mejor estrategia contra el COVID-19 que el distanciamiento social —. Así que si bien para unos la solución puede ser tener carne congelada disponible, para otros puede ser consumir un suplemento proteico… que justamente están para suplementar nuestra nutrición y así poder llegar a nuestros requerimientos diarios. La ventaja de estos suplementos es que se conservan por largo tiempo, son costo-eficientes y hay opciones para vegetarianos y veganos. Para los omnívoros recomiendo la New Zealand Whey, que proviene de ganado alimentado con pasto, no lleva hormonas y contiene calostro para robustecer el sistema inmunológico. Para quienes no consumen productos de origen animal recomiendo la marca Designs for Health, que ofrece proteínas muy completas.

Lo importante: cada contenedor da para muchísimos servicios, y con esto se reduce la cantidad de veces que tenemos que ir al supermercado.

[3] Mantener la ingesta de omegas

Hay otros macronutrientes que el cuerpo no puede producir por sí solo, y por lo tanto se hace necesario ingerirlos: los omegas. Nuestros organismos producen grasas, colesterol y triglicéridos, pero no generan ácidos grasos esenciales. Igual que con la proteína, hay una forma sumamente fácil de garantizar el suministro de esos ácidos: de nuevo, con suplementación. En caso de ser omnívoros está el aceite de pescado — aquí también recomiendo la marca Designs for Health, por su calidad — y para los vegetarianos y veganos hay productos hechos con algas que son superiores a los de linaza, dada su facilidad para metabolizarlos.

[4] Reconsiderar la forma de consumir vegetales

Yo tomé una decisión ejecutiva: como mi prioridad es reducir la cantidad de viajes al supermercado, para limitar mi exposición, sacrifiqué mi preferencia por los vegetales frescos y los estoy consumiendo congelados. No me gustan, pero es mejor que nada.

Para aligerarme el trago, los estoy ingiriendo en formato súperbatida: saco del congelador moras o fresas, col rizada, zanahoria, apio y pepino; a esa mezcla le añado espirulina, que es un suplemento maravilloso por sus capacidades anti-inflamatorias, y una cucharada de omega 3.

Con eso estoy resolviendo la necesidad de consumir vitaminas hidrosolubles, porque no hay mejor forma de ingerirlas que a través de las frutas y los vegetales.

[5] Limitar el consumo de azúcar

No es el momento de estar restringiendo a las personas, porque tenemos mucho estrés y con eso incrementan nuestras necesidades calóricas. Por eso ofrezco un camino intermedio: sin volvernos locos con el tema de los hidratos de carbono, mi recomendación es que como mucho un 10 por ciento de lo que consuman en el día corresponda al azúcar.

En vez de eso, les recomiendo ingerir carbohidratos de asimilación lenta, como los cereales y las legumbres, porque eso evita fluctuaciones severas en la glicemia en la sangre, y con esto la cantidad de insulina que produce el páncreas. La ventaja es que así el apetito se mantiene estable y con esto pueden manejar mejor la ansiedad, porque las fluctuaciones muy marcadas aumentan nuestras ganas de comer.

Y de nuevo, por si no les quedó claro: con esto evitamos dar tantos viajes al supermercado y correr el riesgo de exponernos. No hay mejor estrategia médica contra el COVID-19 que quedarse en casa.

Maenadas

El despertar popular alrededor de las protestas contra la Junta Central Electoral nos ha regalado algo increíble: la posibilidad de encontrar héroes entre nosotros mismos. Pero también, porque somos humanos complejos, esta situación también nos ha llevado la contrario: a buscar villanos entre nosotros mismos.

Una de las supuestas villanas que surgió de todo esto fue Leidyn Bernárdez, una figura conocida en Instagram, TikTok y Twitter por la acidez de su humor y por su defensa de la belleza femenina en todos sus tamaños. ¿Su momento #sorrynotsorry? Temprano en la mañana el domingo de las elecciones municipales publicó en Twitter que en vez de votar se quedó haciendo pancakes en su casa. Menos de tres días después estaba protestando en la Plaza de la Bandera, con su respectiva foto en su feed de Instagram documentando el acto.

Muchos ahí vieron un acto de sonidismo, de incongruencia, de hipocresía. De hecho, la comparación de esos dos momentos, con sus recibos y pantallazos, corrió veloz por grupos de WhatsApp y las críticas llovieron. De ahí Leidyn sacó una cadena de tres tuits explicando lo que había sucedido entre ambos momentos, defendiendo su derecho a cambiar de opinión políticamente.

Yo, por mi profesión, no puedo evitar verlo como un caso de estudio en comunicación. Lo primero que pensé fue: si hubo un cambio de opinión entre el primer y el segundo momento, se saltó pasos al contar esa historia. Lo segundo que pensé fue: esto es una Maenada. Así que fui a la fuente, conversando con la propia Leidyn sobre la situación. ¿Qué sucedió realmente? ¿Qué aprendió? ¿Y qué pueden aprender todas las marcas personales sobre su experiencia?

Maeno: Yo soy de quienes piensan que si uno se debe a un público, es importante hacer la historia completa para que las cosas tengan sentido.
Leidyn: Yo lo expliqué, pero la persona que comenzó la controversia al compartir [el contraste de los dos posteos] por primera vez estaba buscando que me sintiera humillada. Y fue todo lo contrario: fue tan positivo que toda la gente que al igual que yo no votaba por temas de corrupción y manipulación de elecciones… bueno, esa gente dijo que así como Leidyn, ellos también.

Maeno: ¿Cómo respondiste a las acusaciones de querer sonar?
Leidyn: Sonido tengo yo, likes ya uno coge. Muchos jóvenes en este país, que por edad les tocaba comenzar a votar en estas elecciones, vienen de familias con años sin votar porque sus padres no tienen la esperanza de que las elecciones van a ser limpias. Ellos tampoco votaron el domingo. Por eso, cuando todo explotó, yo entendí que de ahí iba a salir algo positivo.

Maeno: Pero, ¿te arrepientes de haber comunicado tu mensaje de esa manera?
Leidyn: Yo no me arrepiento de lo que dije. De hecho, yo no pienso votar hasta que vea que lo que estamos haciendo con las protestas va a tener un resultado en el tema de transparencia. El hecho de que esto haya pasado sí me dejó ver cómo la gente se deja llevar por la controversia, en vez de pensar en quién más se puede identificar con el mensaje que se está dando. Igual que me pasó a mí, otras personas vieron mi caso y se decidieron a alzar su voz.

Maeno: Tú saltaste del pancake a la protesta sin explicación de por medio. No fue sino hasta un buen tiempo después que sacaste tres tuits explicando tu cambio de mentalidad. ¿Por qué no hablaste antes?
Leidyn: No fue por la gente que me comenzó a atacar. Para nada. Fue por la gente que, como yo, podía haber tenido un despertar político causado por esta situación. Cuando suspendieron las elecciones yo pensé que era un chipeo al cual ya nos tienen acostumbrados, como cuando la gasolina sube. Pero cuando vi que esto era algo más grande, me dije: No podemos aceptar normalizar una situación como esta. Ahí yo entendí que tenía que hacer algo por todos los que no habían ido a votar por falta de esperanza. Yo hablé no por el que me atacaba, sino por el que me seguía y me pedía razones.

Pero mira: yo desperté la misma noche del tuit de los pancakes. Otra gente despertó el primer día de las protestas, y otras despertaron ayer. Ninguno es mejor que otro. No importa tu proceso, si eres apolítico, si votas o no votas. No se puede juzgar el proceso de despertar de otra persona.

Maeno: Pero como tú estás expuesta públicamente, mucha gente pasó del pancake al despertar. Lo que se ve desde fuera es que si tú no documentaste la transición, no pasó. ¿Si uno no documenta las cosas en redes sociales, no pasan?
Leidyn: Para ellos, yo debí subir un vídeo explicando todo. Yo pienso que no es necesario dejarle saber a la gente eso.

Maeno: ¿Qué aprendiste de todo esto?
Leidyn: Que aunque uno sea apolítico debe estar al tanto con lo que está pasando en la política del país.

Maeno: A raíz de esta experiencia, ¿en el futuro hablarás menos o más?
Leidyn: Cuando te cohibes de ser quien eres atento a la gente, no estás siendo. Yo quiero seguir igualita. Si me cohibo de ser yo por estar expuesta en las redes sociales, entonces estoy tomando el mal camino. Este tipo de situaciones me hacen desarrollar más fortalezas en cuanto al manejo de controversia, porque sé que esta no va a ser la última. Esto me está pasando mientras crezco. Este es el momento en que deben de pasarme.

[Nota: Esta entrevista fue realizada el viernes 21 de febrero]

Me llegó muchísimo la idea de Leidyn de que, al igual que la parábola del hijo prójimo, debemos respetar el proceso de despertar de cada quien. Y es más, yo lo llevaría más lejos: debemos respetar las verdades relacionadas al momento de vida de cada quien. Una decisión no es mejor o peor que otra, sino que deben ser juzgadas por la validez que tengan para quien las toma. El Maeno de 21 años hubiera hecho exactamente lo mismo que Leidyn, por valorar la autenticidad por sobre todas las cosas; el Maeno de hoy, que le lleva una década, sí hubiera lanzado ese vídeo explicando el proceso, por valorar la tranquilidad sobre todas las cosas. ¿Por qué? Porque he aprendido que si no contamos una historia completa, la gente se va a encargar de llenar los espacios vacíos según les convenga.

Por eso me parece tan fascinante este caso: por un lado, es parte del debate de qué tanto de sus vidas y sus explicaciones le deben los influenciadores al público que los sigue; por el otro, reconfirma mi posición de que todo comunicador, sea una persona o una marca, debe manejar su narrativa, llenando todos los huecos posibles. En el caso de ustedes, ¿qué lección han sacado de esta situación?

Capturas cortesía de Leidyn Bernárdez

Abul Santo Domingo

Hace unos días les contaba que es importante poder vivir el high y el low con autenticidad, y que la gastronomía es una buena parte de eso — nadie come en restaurantes Michelín todas las semanas, porque sencillamente los momentos de la vida son variados y cada uno tiene necesidades diferentes —.

Pero como le busco la quinta pata a todo, incluyendo a las mesas de restaurantes, me pregunto: ¿Se puede vivir una experiencia gastronómica low con todo el peso emocional de una experiencia high? Yo encontré la respuesta en Barcelona, en un legendario bar de tapas llamado Quimet & Quimet.

Lo primero que deben entender es que Quimet no está en el epicentro turístico de la ciudad, sino que se encuentra en Poble Sec, un vecindario obrero cercano a las faldas del Montjuïc. Lo segundo es que ese lugar fue fundado y está funcionando desde 1914, y por lo tanto ha tenido más de 100 años para perfeccionar sus recetas y su sistema de servicio… y que también la voz se corra sobre la calidad de ambos. Ese siglo no ha pasado en vano.

El Quimet original era un Joaquim perteneciente al árbol genealógico directo de los propietarios actuales. El bar sigue siendo, sorprendentemente, un negocio familiar. Es, como la Puerta de Alcalá, un lugar donde conviven pasado y presente — y ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, la puerta del Quimet —. Hay gente que tiene décadas pidiendo su pan con tomate por las tardes, pero también hay nuevos habitués, como yo, que son recibidos con el mismo cariño. De hecho, oigan esto: fui por primera vez en 2018 por una recomendación de mi cuñada Michèle Jiménez Vicens. El joven que nos atendió se dio cuenta de que yo no tenía idea del contenido del menú, sino que veía platos salir y le indicaba que quería uno igual. Cuando volví un año después, el mismo joven me dio la bienvenida, y me dijo que me recordaba perfectamente, porque era el tipo que comía con los ojos. ¡Eso es tener conciencia de servicio!

Ahora, ¿por qué veía los platos salir con tanta facilidad? Porque no es un lugar con mesas separadas ni un orden establecido, sino que la gente está de pie y va pidiendo platos aparentemente a lo loco a un encargado en la barra, mientras él va anotando todo en una listita de papel. Esta dinámica funciona porque es un espacio pequeño donde caben apenas unas 20 personas. Al final, las servilletas se tiran al piso y se comienza el proceso de nuevo, según lo que dicte el estómago.

Yo en esa algarabía salí encantado con una tapa de anchoas con queso, con el taco de atún con piquillos, con tres servicios de ventresca, con los boquerones en vinagre. Todo eso bajaba con unas cañitas, de una cerveza de producción propia que tienen en el bar — por cierto, el bar comenzó porque el Joaquim original necesitaba un lugar para comercializar el vino que hacía, y en ese entonces las tapas y los montaditos fueron un vehículo para vender alcohol, en vez de ser a la inversa —. Ese bar me enseñó a salir de mi zona de confort culinaria, con ingredientes que no me había atrevido a probar aún, y a apreciar la belleza de un espacio gastronómico con humildad en el ambiente pero orgullo en los ingredientes. Por eso, durante mi visita este año a Barcelona, volví expresamente a Poble Sec para visitar el bar.

Esta experiencia me hizo pensar en otra cosa: hace unos meses en Maeno&Co trabajamos por primera vez con Mastercard para un evento de su plataforma priceless — esa que dice que hay cosas intangibles cuyo valor supera su precio —. Ahora, pensando en la razón por la cual estas visitas a Quimet & Quimet me han impactado mucho más que haber estado en restaurantes galardonados, me vino a la mente ese mensaje. Yo poco a poco estoy a prendiendo a distinguir entre valor y precio. Sé que el dinero puede comprar cosas con valor, pero muchas cosas con valor no necesariamente se compran con dinero. Comer así de bien, rodeado de un sistema forjado a base de la experiencia que dan 105 años de operación en un ambiente donde uno se siente apreciado… bueno, de verdad que no tiene precio.

Me desperté así

Tenía cinco años con mi vehículo, un todoterreno Volvo XC60, y sentía que ya era hora de hacer un cambio. Miren: yo fui a seis dealers locales buscando un modelo de todoterreno mediana que tuviera todo lo que yo buscaba… y no encontré nada que cumpliera con todos mis requisitos locos.

Y ahí fue que, en un ataque de pero-vamos-a-ver, pasé por el showroom de Volvo. El Cupido de las ruedas hizo su trabajo: fue un tema de amor a primera vista con la versión 2020 de la XC60 en su versión full.

¿Por qué renové mis votos con Volvo? Para explicarles responsablemente: la marca, a través de su distribuidor local, es cliente de mi agencia de comunicaciones. Sin embargo, yo compré aquel primer Volvo cuando MARTÍ todavía no era parte del portafolio de Maeno&Co, y ya en esta segunda ocasión tenía toda la libertad, independientemente de ese vínculo comercial, de buscar una marca que se ajustara a mis necesidades actuales. Yo soy partidario de siempre probar cosas distintas, porque uno no sabe dónde se puede encontrar con un nuevo favorito. Y sin embargo, ningún vehículo disponible en el mercado local superó la increíble propuesta del nuevo XC60. Yo de verdad siento que, en materia de exquisitez de diseño y de pensar en la naturaleza humana, nadie se esfuerza tanto como esos suecos. Por un tema cultural, ellos creen en la democratización del bueno diseño, y en esta marca insignia eso es más que notable.

¿A quién más se le ocurre tener un espacio dedicado para las etiquetas de valet parking, sabiendo que todos vivimos en la Luna y se nos viven perdiendo? ¿A quién más se le ocurre crear una lanilla especial para limpiar con eficacia el panel de navegación, con instrucciones incluidas directamente sobre la tela para que queden a prueba de despistados? También es increíble ver cómo el vehículo me protege de mí mismo: me echa boches si cambio de carril sin poner la direccional y me notifica cuando hay puntos ciegos al dar reversa. Encima de eso viene con el sistema de audio más hecho-para-humanos que he presenciado en mi vida: es un equipo Bowers & Wilkins que ofrece sonido envolvente, pero que milagrosamente altera las leyes de la física para ofrecer huecos sonoros muy necesarios. ¿A qué me refiero? A que aun con la música alta el conductor y el pasajero pueden escucharse perfectamente al conversar, sin necesidad de subir la voz. Es casi como magia.

A mis cuatro años, me sentía abrazado y protegido por el carro Volvo de mis padres. Hoy, ya de adulto, me pasa lo mismo.

Yo digo que cada quién debe hacer un auto-análisis para reconocer lo que lo hace feliz y vivir buscando esas cosas. En mi caso, a mí me llena el poder estar rodeado de un alto nivel de diseño, tanto a nivel de experiencia de usuario como a nivel estético. Este vehículo ofrece mucho en ambas categorías: primero, uno se siente entendido ahí dentro, porque esos genios de Gotemburgo se pusieron a calcular y anticipar cada movimiento que uno hace al conducir. Segundo, no se imaginan la belleza del tono del color de piel del interior y el contraste que hace con los grises de dentro y de fuera. ¿Y la bellísima madera del tablero? Viene de árboles rescatados de las costas escandinavas —no talados, por temas de sostenibilidad—. Yo siento que estoy dentro de una obra de arte altamente funcional, y que aparte me ayuda a mantenerme calmado y contento dentro de la agitada realidad de las calles dominicanas. Pocas marcas de automóvil pueden hablar de un diseño tan humanamente agradable como la Volvo.

Pero, es más, vámonos aun más lejos: yo tengo un vínculo emocional muy grande con la marca. A los cuatro años a mi papá, como parte de su carrera diplomática, lo asignaron a Argentina. El vehículo que teníamos allá era un Volvo 940 Turbo, y todavía hoy recuerdo nuestros viajes por carretera hacia Chile, Paraguay y el interior del país. Yo era un chin de gente, y me sentía feliz en el asiento trasero, a pesar de todos los hoyos que había en el camino a Chile. Me sentía abrazado y protegido por el carro. Nosotros nos enamoramos tanto de ese carro que, al retornar a República Dominicana, vino en la mudanza. Hoy ya de adulto, en una situación totalmente diferente y casi con seis pies de altura, sigo sintiéndome abrazado y protegido por mi Volvo.

Fotos: Nelson Michel

Maenadas

¿Por qué ustedes creen que doña Anna Wintour logró echar raíces en esa silla, con su pajecito tan inamovible como ella? Habrán miles de teorías sobre los meneos internos de Condé Nast, pero hay algo que es parte de la historia de la moda y fue muy visible para todos los que estamos fuera de esa oficina: su primera portada como editora en jefe de Vogue, la de noviembre de 1988, con una modelo en una chaqueta de Christian Lacroix y jeans de Guess. En un momento en donde las revistas de moda favorecían el look total, con piezas de diseñador de pies a cabeza, la Wintour le dio voz a la escuela de pensamiento que dice que el real estilo está en poder combinar lo masivo con lo exclusivo — el high y el low —. Pero para mí lo más lindo del caso es que, aunque haya sido un momento editorial clave, eso fue un reflejo de lo que ya la sociedad hacía orgánicamente: todos, a distintos niveles, vivimos el high and low en distintas categorías de compra, más allá de la ropa.

Les voy a poner un ejemplo cercanísimo: yo amo la pizza de Il Caminetto. No hay nada mejor que ir a sentarse allá de noche para ver cómo Francesco hace magia con queso y masa, y saborear ese pedacito de gloria italiana en Santo Domingo. Esas pizzas son de una calidad altísima y de manufactura francescana — dígase, todas pasan por las manos de Francesco —, con ingredientes por la raya, y el precio va acorde. Y ahora les voy a decir otra cosa: yo amo las pizzas de Pizzarelli. No hay mejor combinación que un domingo lluvioso, un clavo de Netflix y una Picolizza Sorrentina. Imagínense que un influenciador digital tenga esas mismas preferencias, y que por supuestamente planchar su imagen o cuidar sus contratos solo promueva una de esas dos facetas de su vida. No debería ser así. Yo creo que nos conviene a todos, tanto a los influenciadores como a las marcas como a los seguidores, que cada persona pueda compartir la diversidad de sus preferencias en cada categoría. Cada rango de precio tiene su ganador absoluto, y en el caso de Il Caminetto y Pizzarelli, para mí cada uno de ellos es el mejor en su división. Es como quien bebe Zacapa Royal para celebrar ocasiones especiales pero también aprecia la calidad de un Brugal Añejo como opción más cotidiana — dígase, yo —. Ambas opciones son buenas dentro de su rango. ¿Por qué no tener ese tipo de sinceridad y transparencia con todas las categorías?

¿Considerarían los gerentes de marca contratar influenciadores no con exclusividad de categoría, sino con exclusividad de momento?

Por eso, voy a hacer una sugerencia loca: ¿Considerarían los gerentes de marca contratar influenciadores no con exclusividad de categoría, sino con exclusividad de momento? Yo no le creo a nadie que use una sola marca de zapatos, pero sí le creo que use un súper par de tenis para ejercitarse, unos tacos elegantísimos para las salidas nocturnas y unas sandalias planas para hacer diligencias. Solamente ahí hay tres posibles contratos con marcas que no competirían, y que brindarían una historia mucho más realista, porque un influenciador no es un medio de papel o de pantalla, sino una persona con una vida real. Lo importante es diferenciar los momentos.

Para los influenciadores, esto ampliaría su portafolio de posibles clientes. Para las marcas, esto disminuiría parcialmente los costos de los contratos, pues no se trata de una exclusividad de categoría. Para los seguidores, le permitiría ver la humanidad y las miles de facetas reales, más creíbles y orgánicas de las personas a quienes siguen. Y para nosotras las agencias, nos permite ofrecer a los clientes y a los influenciadores paquetes que produzcan un contenido mucho más detallado. Eso me parece mucho más honesto y provechoso para todas las partes involucradas.

Maenadas

Seguramente han escuchado de casos de personas con varias viviendas, tanto en República Dominicana como el extranjero… pero que al final no cuentan con los fondos que se necesitan para poder vivirlas. Digamos que hay personas con 10 pesos en la mano que compran una casa de nueve. Hasta ahí, en teoría, se supone que el asunto es manejable. El problema es que pagar el mantenimiento y los servicios que cuesta tener la vivienda en pie y funcionando, para así poder vivir en ella o visitarla frecuentemente — en caso de que se trate de una segunda residencia — cuesta tres pesos. ¿Y saben qué termina pasando? Que esos propietarios no llegan a disfrutar esa compra, porque estiraron la gomita demasiado, hasta romperla.

Yo he aprendido, a veces a la mala, que ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo. Nuestra sociedad se enfoca a tal punto en la riqueza tangible que muchos de nosotros nos esforzamos por tener siempre a mano una demostración física y visible de nuestro valor neto. Algunas personas llevan esa demostración en el clóset; otras en la marquesina y otras en un portafolio de bienes raíces.

Ese tipo de gimnasia mental que tanto daño nos hace se llama tener lujo pero no vivir lujo

Pues déjenme explicarles algo. ¿El clóset? He conocido personas que gastan tanto en el vestido y los zapatos que después el dinero no les da para pagar la cuenta del restaurante donde quieren ir a lucirlos. ¿La marquesina? No soy yo el único que conoce gente con un vehículo de lujo parqueado debajo pero que entonces deben seis meses del mantenimiento del apartamento. ¿El portafolio de bienes raíces? ¿Cuántos no se llenan la boca diciendo que tienen un apartamento en Miami, pero dejan de ir porque calculan que después de pagar mantenimiento y el préstamo hipotecario, no les da para pagar el pasaje aéreo y alquilar un vehículo?

En el caso del apartamento en Miami, que es el único de esos tres bienes que gana valor en vez de depreciarse, eso está perfecto si es una inversión. Está también el caso de las personas que quieren disfrutar de ese bien, pero no tienen el tiempo porque deben matarse trabajando para pagarlo. Si la idea es comprar algo para vivirlo, entonces es importante hacer los cálculos bien. Yo les aseguro que la persona que tiene un apartamento en Miami solo para llenarse la boca tendría una mejor experiencia si divide esos gastos entre 12 y se paga un hotel fabuloso en cada viaje.

Pero miren: yo jamás criticaría el darse lujos. La vida es corta y esos pequeños placeres valen mucho. El lujo nos trae una satisfacción sensorial y emocional, casi como una sonrisa en el cuerpo entero, que explica por qué la industria tiene tanto éxito. Pero creo que en vez de querer darnos lujos plenos sin poder pagarlos, hay que saber dosificarlos. En el New York Times leí una pieza sobre gente que tiene sus no-negociables cuando viaja, pero entonces raciona por otro lado. Por ejemplo, algunos sí o sí quieren alojarse en un hotel boutique con buen diseño y buen servicio, pero entonces ahorran en la comida, mientras otros hacen todo lo contrario — ahorran en el hotel para hacer sus reservaciones en su lista dorada de restaurantes de autor —.

Cuando era más joven, yo era parte del club del desboque — solo tienen que preguntarme por la vez que decidí tener la oficina de Maeno&Co en una torre carísima, solo porque pensaba que ahí era que tenía que estar para que me vieran —. Ahora que he entrado a la treintena, yo he aprendido que mi valor no va ligado al metraje cuadrado que ocupa mi sombra financiera. Yo soñaba toda la vida con tener un apartamento con vista a un parque, para poder respirar tranquilidad y correr por las mañanas. Mi pareja y yo logramos cumplir ese sueño recientemente, y decidimos hacer una remodelación por pasos. Nuestra meta era no dejar de viajar los veranos ni dejar de salir a cenar los miércoles porque lo habíamos gastado todo en un sofá o un cuadro. Nuestra meta era ir amueblando y decorando poco a poco, de modo que pudiéramos vivir la vida tanto fuera como dentro del apartamento. Y así ha sido: nuestro apartamento todavía no está “terminado”, pero para mí es la vivienda más linda del mundo, porque me recuerda que la tranquilidad se encuentra en la capacidad de dosificar.

Por eso, a todos nos convendría trabajar en nuestra autoconfianza. Creo que debemos de dejar de tener para enseñar… y en vez de eso, vivir para enseñarnos a nosotros mismos.