Abul Santo Domingo

Dicen que siempre dejamos lo mejor para último, y Manhattan es definitivamente lo mejor en un viaje por Nueva York. Caminamos, conocimos, comimos, y sobre todo disfrutamos de poder ver todo un mundo rodeado de calles que le dan sentido a ese término que la define de esquina a esquina: «la capital del mundo». Aquí les comparto mis puntos favoritos en la ciudad.

EL HIGH LINE
Viajar con un arquitecto te enseña a ver cosas que antes no entendías, o mejor dicho no sabías el origen: esto me pasó con el High Line. Me cuentan los manhataneros que este proyecto era odiado por todos los desarrolladores de edificios, porque era una línea de ferrocarril abandonada que se construyó en la década de 1930. Resulta que un grupo de locos pudo hacer este parque, un espacio donde puedes cautivarte con la magia de la ciudad pero con un toque de naturaleza –en otras palabras, no estás cantando con los pajaritos en Central Park, pero tampoco cruzando una calle entaponada con miedo a que un taxi amarillo te batee–.

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BUBBY’S
Esas mismas personas que no creían en el High Line y solo querían subir torres se han dado cuenta del valor que ha cogido todo lo que rodea esta edificación, ya que los precios suben por segundo y todos los establecimientos viven llenos. Justo antes de subir nos paramos a comer en mi lugar favorito de todo el viaje: Bubby’s, un restaurante que se define como un «defensor de la mesa estadounidense». Para explicar ese lema: ellos están felices de que la gastronomía local siga evolucionando y vengan otras culturas a traer su comida, pero ellos van a hacer sus platos típicos estadounidenses, sin perder la esencia de su cultura. Aplauso para ellos.

En nuestra primera visita pedimos unos huevos benedictinos con panecillos de leche cortada, tocineta de la casa y unas hash browns, junto a un Double Decker Grilled Cheese de fontina y gruyere con aguacate y cebollas dentro de un pan de masa fermentada. El segundo día repetimos ese sandwich junto a una hamburguesa Double Bubby’s, y aparte probamos los macarrones con queso. Sobre este último plato: yo no como nada salsoso, pero yo no sé como fue que lo hicieron… no tenía esa acostumbrada crema pesada, y tenía una especia que todavía hoy estamos buscando qué pudo haber sido –¿Canela? ¿Nuez mozcada?–. Llegó un punto que Ramón Emilio no sabía si era una avena de desayuno o unos macarrones, pero lo que sí les garantizo es que estaba mortal.

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EL WHITNEY (Y NO HOUSTON)
Como me pasé el viaje posando para fotos con mochilas, en paredes y cruzando calles, pensé que también era importante equilibrar con un poco de cultura. Esta vez me tocó ir al Whitney Museum, con una retrospectiva de Frank Stella; aquí pudimos apreciar alrededor de cien de sus obras, comenzadas a mediados de la década de 1950. También pudimos ver la exposición de Archibald Motley, donde pude ver el crecimiento de un artista en sus diferentes etapas, a pesar de estar enfocado en poder plasmar las características culturales de la sociedad afroamericana. A pesar de enfocarse en escenas musicales y de festejos, el retrato de su abuela, Portrait of my Grandmother, fue uno de los que más me tocó: hay toda una historia reflejada en ese rostro.

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SOMETHING ROTTEN
Si vas a Nueva York y te gusta, como a mí, la producción, el arte, los vestuarios y lo bonito en general, Broadway es una parada obligatoria. En esta ocasión vimos Something Rotten, una obra sobre dos hermanos que escriben obras de teatro en la época del Renacimiento Inglés, donde Shakespeare era el David Beckham y ellos luchaban por poder tener su mismo éxito con alguna de sus obras.

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A LO FASHION BLOGGER
Cuando me enteré de que Emilio Rodríguez, uno de los nuevos talentos fotográficos que está utilizando Maeno&Co, estaba en Nueva York, inmediatamente le pedí juntarnos para hacerme fotos para este blog. Nos juntamos con él en el High Line y de ahí seguimos hasta Cafe Cluny –el nuevo «it place» de Manhattan, recomendado por Michèle cuando me aseguró que iba a encontrar una celebridad ahí sin importar la hora, y quien no se equivocó cuando tuve al lado a Conrad Ricamora, el Oliver de How to Get Away with Murder–.

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Para resumir: me hice un cambio de ropa en pleno Chelsea Market, porque por más chulas que vean las fotos, para llegar a ellas fue todo un proceso.

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Y así terminó mi gira por Manhattan, y esta tan necesaria escapada a Nueva York.

Abul Santo Domingo

Ya al pasar de los Hamptons a la ciudad de Nueva York teníamos previsto ir a Brooklyn y darnos un pequeño baño hipster. Resulta que en esta metrópolis el Weather Channel es bien preciso, porque aunque leí el día anterior que esperaban lluvia, pensé que era igualito que en RD, que en cuando dicen eso no hay bloqueador que pueda contra el sol. Cancelamos el viaje con mucha pena, ya que era de las cosas que mas ilusión me hacía, prometiendo que íbamos a intentar ir el jueves. ¿Y qué pasó cuando llegó el famoso día? ¡Lluvia! Pero cuando creas que las cosas no están para ti, haz que lo estén: cogimos un paraguas, nos montamos en la parada del metro de Union Square, cogimos el tren L hasta llegar a Bedford Avenue, en el corazón de Williamsburg, y ahí comenzó la aventura.

Los planes que habíamos hecho para este día eran pocos: queríamos perdernos entre calles y paredes de colores, entrando a cada sitio que veíamos para curiosear el estilo tan particular que impera en ese vecindario –antigüedad sin verse antigua–. La primera parada que hicimos fue en Heatonist, una tienda especializada en picantes. Ramón Emilio, loco con los picantes, terminó comprando 8 frascos… los cuales yo estoy seguro voy a mantener bien lejos de mi ser al momento de estar sobre la mesa.

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Los que me conocen saben que no como cuentos con mi pelo: me lo cuido mucho, siempre estoy atento a estar peinado; que si los productos, la humedad, el volumen y todo lo demás. Es algo mío y no me puedo contener. Resulta que mientras pasábamos frente a las puertas verdes de Fellow Barber, a Ramón Emilio le entró una furia por pelarse.

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Entramos, y yo inmediatamente dije que a mí nadie me le iba a poner la mano a esta cabeza… pero mientras veía cómo lo pelaban fui experimentando algo nuevo para mí, una especie de pique interno de esos que hacen que quieras meterle el pie a una gente caminando. O sea, me llené de odio. Derek, con un estilo impecable salido de una Mad Men versión hipster, fue el barbero responsable de ocasionar este sentimiento. Él mismo nos confesó que luego de la peluquería, su obsesión es la moda, y para colmo resulta que hasta es el estilista oficial de la serie Boardwalk Empire. Cuando me mandé a correr a la recepción para que me programaran la cita inmediatamente después de Ramón Emilio, me dijeron que solo estaba disponible para unas horas después.

Ustedes están claros de que yo dije que sí.

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Aprovechamos el tiempo para comer en Roberta’s, una institución de la pizza a cuatro paradas de distancia, en Bushwick. Cuando ves la entrada crees que es un lugar que ha estado deshabitado por siglos, pero ahí es que empieza la magia: en este edificio abandonado pusieron un horno de leña y bombillitos, y el espacio se fue llenando con toda la historia que la gente fue dejando.

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Mi saludo fue «Hola, tráiganos una Margherita» –porque los que saben de pizza siempre me dicen que si pides una Margherita y está buena, todo lo demás será excelente– y una Four Emperors (salsa arrabiata, mozzarella, ricotta, capra con pepe, queso Asiago y semillas de ajonjolí). Estuvieron excelentes.

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Luego volvimos al barbero, a ver si mi apuesta con Derek iba a ser positiva. Aquí están los resultados:

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A quien le gusta conocer cosas diferentes, escuchar las aceras y los árboles explicarte por dónde doblar o dónde caminar, Brooklyn es el sitio para eso. En Williamsburg y algunas partes de Bushwick todo el mundo presume de vivir sin complicaciones y sin preocuparse mucho por su apariencia, pero queda claro que cada peinado, cada barba y cada vestuario parece sacado de una película indie con mucho presupuesto. ¡Gracias por las horas de entretenimiento, Brooklyn!

Abul Santo Domingo

Parece que las cosas que no se planean tanto son las mejores. Por ejemplo, hace un mes estaba hablando con Jaime Jiménez, un tío de Ramón Emilio que vive en Nueva York, y nos dijo que deberíamos ir a pasarnos un fin de semana con ellos a su casa en Southampton–así, con una sola “H”, una sola palabra, aunque me dé trabajo entender eso–. El dicho las oportunidades son calvas y hay que jalarlas por los moños, así inmediatamente le cogimos la palabra, hicimos nuestra reservación con Viajes Alkasa y ahí empezó una de las tantas aventuras que les contaré en este blog.

Llegamos al JFK, donde alquilamos un carro y nos pusimos a rodar inmediatamente para este pueblo ubicado en la costa de Long Island. Conocí a Los Hamptons a través de Carrie de Sex and the City –ella ahorraba por años para poder tener su «share in the Hamptons for the summer»– y a través de Jack Nicholson cuando vio a Diane Keaton como Dios la trajo al mundo en Something’s Gotta Give.

Al llegar era ya de noche, y supuestamente a oscuras no se aprecian tanto las cosas, pero desde ahí comencé a quedarme boquiabierto: duré las 48 horas de mi estadía en Southampton maravillado por la magia de su historia que ha quedado preservada por el talento de la actualidad. Esa noche nos quedamos tomándonos unos tragos con unos amigos de los anfitriones, quienes puedo decir a todo pulmón que ya son nuestros también, por su gran hospitalidad y sencillez. Me dejaron una gran enseñanza, que me encantó y la comparto con ustedes: se puede ser fabuloso sin complicaciones; era un grupo cuyo mayor placer estaba en estar juntos y poder disfrutar de los momentos que la ciudad no les permite saborear de lunes a viernes.

El día siguiente nos despertamos en una casa preciosa, rodeada de detalles de estilo náutico, tablas de surf vintage colgadas en las paredes, un poster de Britney Spears y una vista al precioso patio, donde todo estaba rodeado de hojas –ahí me entró una locura y quise meterlas todas en las maletas, para regar hojas por doquier al llegar de vuelta a la media isla–. Ahí nos pusimos nuestros chalecos alcolchados, más imprescindibles en los Hamptons que la visa estadounidense en Migración, y recorrimos el pueblo: la mayoría de las casas mantienen su estilo original del siglo XVII, que cada residente ha ido adaptando a su gusto guardando respeto por la edificación. También hay casas contemporáneas en cristal, detrás del cual un mal día puedes ver a Madonna o Calvin Klein, entre otros pobres mortales a quienes les hacemos el favor de honrar con nuestra presencia para el almuerzo.

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Aparte de la arquitectura, de la increíble compañía y la buena vibra que sentimos ese fin de semana, nos enamoramos del carácter de sus comercios y sus espacios públicos.

Sag Harbor

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Sag Harbor es una de las localidades vecinas, donde junto a Nathalie, Alex y su bella bebé Leelo –buenos amigos de Michèle y Crystal, que también heredamos– nos dispusimos a caminar todas sus calles.  Entramos a todas y cada una de las tiendas de antigüedades, con miedo a no romper nada y descubrimos la importancia que estos lugares le dan a lo antiguo, mientras que nosotros en Santo Domingo todo lo mandamos para la basura. Aquí hay tiendas que hacen millones de dólares con muebles, adornos y cristalería que muchas de nuestras abuelas tenían y nosotros seguramente no les hacíamos nada de caso.

The Village Gourmet Cheese Shoppe

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Desde que Carlos y Michèle llegaron de Southampton solamente nos hablaban de los sandwiches maravillosos de The Village Gourmet Cheese Shoppe, diciéndonos que nos íbamos a morir cuando los probáramos. Les puedo decir que ellos se quedaron cortos. En la Shoppe venden quesos frescos y algunas otras cosas bien gourmet, y  al fondo está el lugar donde ocurre la magia: un bar de sandwiches en donde preparan todo delante de tus propios ojos.

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Durante la primera visita pedimos el Hampton, un sandwich de pavo ahumado y queso suizo bajo en grasas, condimentado con aguacate y mostaza a la miel, todo dentro de un baguette.

También pedimos el Tuscan, un ejemplar de pollo y mozzarella fresca, con tomate y tocineta, dentro de pan baguette.

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En otra visita pedimos el Italy, una ciabatta que dentro lleva prosciutto de Parma con mozzarella, lechuga, cebolla, ají morrón, aceite de oliva y vinagre balsámico.

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También probamos el USA, con un pan relleno de pavo fresco y queso suizo, con lechuga, aguacate y mayonesa a las hierbas.

Siempre que conoces un sitio nuevo te formas expectativas en la cabeza, y a veces el lugar las supera… y otras no. En este caso, el termómetro explotó no solo por el lugar, sino por la compañía: te das cuenta de que lo que une a todo ser humano, sin importar la escenografía, son los momentos donde no te importa confundir una piscina helada con el Mar caribe o preparar tacos en casa que parecen traídos por avión directamente desde La Esquina.