En septiembre de 2016 una amiga me llamó para decirme: «¿Por qué no corremos el medio maratón de Nueva York el próximo marzo?». Para quienes no saben, un medio maratón tiene 21 kilómetros. Para quienes tampoco saben, yo tengo un archivo de gavetas mentales llamado «Preguntas sin sentido y que no se parecen a Maeno», y ahí mismito metí esa pregunta después de darle un trancón al teléfono.

Pero entonces dos cosas me llegaron a la mente: a mí me encanta la competencia, y mi competidor más exigente soy yo mismo. Cada día culpamos al tiempo por nuestras metas inconclusas, y yo estaba entrando en una etapa en donde no tenía tiempo ni para ponerme producto en este cabello. Pero donde comen dos comen tres, y por eso me pregunté: «¿Y qué te impide agregar una tarea más, la de cumplir ese gran reto personal?».

Aparte, en ese momento en mi familia estábamos pasando por un momento difícil: a mi papá le habían encontrado unos coágulos en las piernas, un diagnóstico muy peligroso. Estuvimos muy preocupados durante varios días hasta que finalmente lo vimos recuperado. El doctor nos explicó que la causa principal de esa afección es la falta de actividad física y cardiovascular.

En ese momento tomé el teléfono, llamé a mi amiga y le dije: «¿Por qué no?».

Como buen nerdo, me puse a investigar todo lo que necesita para correr adecuadamente: saber lo que es el «pace», que todas las corridas que no son de 42 kilómetros se llaman «carrera», que cada kilómetro que yo recorriera iba a ir dedicado a mi papá. De esta experiencia, que terminó cruzando la meta hace unos días en Nueva York, saqué cinco razones para que todo el que quiera retarse se anime a seguir estos pasos –¿vieron lo que hice ahí?–.

[1] La competencia no es con los demás, sino contigo mismo
Muchas personas –incluyendo a Maeno Pre-Fit– te preguntan cuál es la necesidad de hacer un medio maratón. ¿Premian al primero en llegar? ¿Ganas dinero? ¿Te vas a desbaratar el cuerpo para dejar las rodillas en la talvia? Yo ahí les respondía: lo importante de esta experiencia es que no estás compitiendo con otros, aunque hay miles de personas a tu lado, sino contigo mismo, pues tú sabes hasta donde pedirte y qué exigirte.

Yo encontré un equilibrio, y no me exigía más de lo que sabía que podía dar. Mis expectativas eran de hacerlo en 2h40; lo acepté y arranqué. Corrí a mi paso, no me exploté y no dejé las rodillas en la talvia –yo les hablaba y les decía que se portaran bien, que no iba a maltratarlas–. Ese día en Nueva York terminé en 2h28. Con esa satisfacción personal gané algo más valioso que el dinero: gané la posibilidad de felicitarme a mí mismo.

[2] Corre en grupo… pero no en una secta
Hacer las cosas con un grupo de amigos siempre es favorable. Para este entrenamiento creamos un grupito que apodamos El Casino –porque al principio barajábamos mucho–. Creamos el respectivo grupo de WhatsApp, nos veíamos en todos los entrenamientos y creamos muy buena química. Todos estábamos en la misma página en cuanto a no dejar de brindar con El Catador y que íbamos a gozarnos la experiencia, cada quién manejándola según le funcionara mejor.

Al momento de correr siempre trataba de hacerlo solo, porque acompañado quería darle más rápido y no me concentraba o me ponía a hablar. Así que, por eso decidí encontrarme con mis amigos al inicio y de ahí Maeno cogía su ritmo. Eso fue lo que mejor me funcionó.

Los sobrevivientes: María Alejandra De Moya, Josie Estrella de Dhimes, Raul Santaella, Rochelle Vicente, yo, Mónica García y Dominique Barkhausen

[3] Tener un buen entrenador que use el silencio como arma letal
Yo estaba cogiendo fresco cuando estaban repartiendo paciencia al momento de yo llegar al mundo. Se me hace muy difícil entender que las cosas toman su tiempo, y esto lleva a que a veces me canse fácil de algo cuando no veo el resultado esperado. Por eso debo agradecer a mi entrenador, Raúl Santaella, quien me enseñó que las cosas se dan poco a poco, y que para llegar a un objetivo hay que empezar pequeño e ir avanzando. Durante todo el entrenamiento, él aguantó mis crisis de la mejor manera que se puede tratar a una persona acelerada: ignorándome. Yo cogía mis piques al principio, y él con su ley del silencio.

Mi primera carrera importante fue una de 10 kilómetros en octubre. Pensé que eso era lo más grande y que el mundo se me iba a acabar, pero… cuando hice mi último fondo –esa palabra se usa para las corridas largas en preparación para una carrera–, lo único que me dijo Raúl fue: «¿Qué diría el Maeno de septiembre si viera lo que acabas de lograr?». No tuvo que decir nada más.

[4] De repente, «disciplina» es tu palabra favorita
Al momento de compartir una experiencia no solo hablo del resultado final, sino también el proceso. Vivimos en un mundo donde solo cuenta la parte bonita de una meta lograda, sin explicar cómo llegamos ahí –lo siento, Beyoncé, pero eso de «woke up like this» es mentira–.

Mi proceso de entrenamiento fue muy duro, sobre todo porque no soy muy dado a la actividad física y mi trabajo solo me permite entrenar en la mañana, pues los eventos de los clientes son de tarde y noche. Comencé levantándome a las 5:30 de la mañana para ir al Mirador los lunes, jueves y sábado, y entrenando con pesas a las 6:00 de la mañana los martes, miércoles y viernes. A eso había que sumarle el hecho de que los viernes tenía que dormirme súper temprano, para poder estar descansado el sábado, y no tomar ni comer nada pesado para no afectar mi desempeño. Como se podrán imaginar, todos los coros, actividades y juntaderas eran los viernes, y por un momento pensé que era una conspiración en mi contra.

Y claro, no faltó el bullying de la gente que te pone cara de «tú eres uno de esos» cuando les dices que estás entrenando para un medio maratón.

Pero nada de eso pudo contra mi determinación. Yo escogí esta experiencia para demostrarme a mí mismo que se puede conseguir disciplina dentro de la comodidad; para demostrarme que no estaba corriendo, sino entrenándome a mí mismo para poder llevar una rutina; para sentirme bien conmigo mismo y saber que una salida social perdida no es el fin del mundo.

[5] Te pones en el chasis
No hay forma de ponerlo bonito: correr te seca. Yo me consideraba «de huesos grandes» –con eso maquillaba mi amor por la pizza–. Resulta que te sientes tan bien contigo mismo cuando ves tu progreso, que ese es el real pepperoni encima del queso.

Lo importante fue saber lo que quería. Yo no soy Zac Efron ni iba en búsqueda de serlo, pero aprendí que es importante que, ya que correr consume la masa muscular, hay que entrenar con pesas y consumir proteínas –o sea, hay que comer mucho, pero no necesariamente pizza y conflé–.

Para concluir, y sé que las fotos hablan por mí: me gocé esa experiencia. Me sentí el rey del mundo cuando corrí por las calles de Nueva York. Sentía que habían cerrado Times Square para mí, como la escena esa de Vanilla Sky. Ver personas de todas las edades compitiendo con ellos mismos y ver la cara de personas que quiero siguiéndome en el camino fue increíble, pero también tuve la mejor satisfacción de todas: llegar a la meta y decirme a mí mismo, con orgullo, «¡Te gané! Confié en ti… ¡y no me defraudaste!».

Inventando con el NYC Half Marathon

Categoría: ¿Quién me mandó a meterme en esto?
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