Abul Santo Domingo

Yo lo describo fácil: es la belleza de un pueblo europeo con la comodidad americana. Es disfrutar un vaso lleno de hielo en un bistró de París. Hace un mes, Maribel Armenteros, de Viajarte, nos contactó para que podamos vivir esta experiencia junto a un grupo donde me sentí tan cómodo y en confianza, que ni mal humor me dio cuándo perdimos la conexión para llegar a SDQ, y eso es mucho decir. Si te interesa en algún momento esquiar, aquí te dejo lo que más me gustó y las respuestas a las preguntas que podrías tener sobre Aspen-Snowmass.

¿Por qué Aspen Snowmass? ¿No es solo Aspen?
En Aspen hay cuatro montañas y, entre ellas, hay dos pueblos: Aspen y Snowmass. Están la montaña de Aspen, Highlands, Buttermilk y Snowmass. Yo esquié en Snowmass porque es la más grande (mayor que las otras tres juntas) y tiene todo tipo de pistas, desde una negra que nunca me verá ni la sombra, hasta una verde que son las que decían mi nombre. Aunque para las personas que de verdad quieren aprender, Buttermilk esta categorizada como “The begginer’s mountain”.

¿Dónde me quedo?
Como hay dos pueblos, puedes elegir donde quedarte. Snowmass es mucho más tranquilo. Por eso es recomendable para familias que van con niños, ya que las escuelas de esquí están ahí y es mucho más fácil para la logística de los pequeños. Aspen es el caramelo, ahí está todo y el hotel donde nos quedamos: Little Nell es ski in and ski out. ¿Qué quiere decir? Que desde el hotel te pones tus esquís y bajas la montaña de Aspen. En mi caso, eso no pasó ni pasará por ahora porque tengo que estar más en mi elemento. 

Entonces, ¿por qué quedarte en Aspen?
Porque el pueblo es mucho más movido; tiene tiendas, restaurantes, bares, speakeasy, negronis, antigüedades y gente linda. Ellos ofrecen transporte entre todas las montañas y estamos hablando de diez a quince minutos de camino. O sea que te quedas ahí y conoces las otras tres montañas sin problema.

«Es la belleza de un pueblo europeo con la comodidad americana. Es disfrutar un vaso lleno de hielo en un bistró de París.»

Mis hoteles favoritos:

The Little Nell
Aquí se queda el que sabe; es una marca consolidada en el área. Es lujo, comodidad y sus cinco estrellas te las demuestran con calefacción en el piso del baño (todavía no lo supero); sales con tus esquís por la puerta como si fueran unos Adidas y ahí mismo coges tu montaña; tienen una colección de más de 27 mil vinos en su cava; unos pancakes de limón con un toping de 50 piñones y doble syrup: tradicional y de fresa, y el arreglo del lobby es una cosa impresionante. Kaia me dijo que era de pussy willow.

The Jerome
Esta es mi casa. Aquí yo me enamoré desde que empecé a ver flecos en las cortinas, manteles enmarcados y piel marrón mezclada con tela de cuadros. A eso súmale que dejaron sus pisos originales… entonces es lo viejo con lo nuevo, como mi alma. Es el hotel más antiguo de Aspen, desde antes que en las montañas se esquiara. Sobrevivió la depresión de los 20 y mis gritos internos cuando lo conocí. Es que tiene todo lo que me gusta, hasta un speakeasy.

St. Regis
“Me encantaría saber qué es ese aroma que ponen en cada uno de sus salones”, preguntó alguien del grupo a nuestra guía mientras caminábamos los pasillos. “Dinero”, respondió Ramón Emilio. Para que vean que el arquitecto puede tener su propio segmento en SNL. Este hotel es belleza en cada rincón, no hay otra palabra para definirlo. La mayoría de su mobiliario fue diseñado por Ralph Lauren y su comida es un menú muy americano, pero bien hecho. La mejor hamburguesa de todo el viaje me lo sirvieron allá. ¿Sabías que ellos se inventaron el Bloody Mary? No es Solo Harrys Bar el innovador.

Limelight Aspen
El que le gusta lo cómodo y sencillo. Cuando digo sencillo, en idioma Aspen es como decir Reserva y Gran Reserva en el mundo de los vinos. Ellos le llaman “Laid back comfort” y eso mismo es.: vamos a lo que vinimos.

¿Por qué una agencia y no yo solito?
Miren, yo soy partidario de la tecnología y cuando voy a lugares donde no requiere mucha logística (o sea hotel y ticket); yo lo hago solo. En este caso no es lo mismo tú coordinar hotel, ticket de montañas, alquiler de esquís, cascos y botas; instructor más el ticket aéreo. Para eso hay que buscarse una gente que sepa y a quien tú puedas llamar si alguna de estas cosas no funcionan. Además, todo contratado como un paquete sale más barato que comprado uno a uno por internet; me lo confirmó Maribel y Jenny te lo puede demostrar.

Maribel es la fundadora de Viajarte y la que pasa el estrés por tí.
Jenny Viditz-Ward es sinónimo de energía y es la representante de Aspen-Snowmass

¿Es caro?
Es importante saber que esquiar es un deporte que requiere inversión (por eso les he hablado tanto de poner sus ahorros en Alpha), pero te puedo decir que es como un Disney: aparece de todo y en este caso, la comida no es mala, no pasas calor ni hay que hacer filas kilométricas.
¿Cómo llego?
El camino es tedioso, pero vale la pena. Lo más recomendable son tres aviones y prenderle una luz a la Virgen que todos salgan a tiempo para no perder ninguna conexión. Nosotros perdimos una y aquí pueden ver nuestra habitación de hotel la noche de sábado para domingo. La ruta más conveniente es Santo Domingo – Miami – Dallas – Aspen. Vale la pena el camino, créeme.

¿Es mejor que Vail?
Yo nunca he ido a Vail. Sí me di cuenta que Vail es la Pepsi de su Coca-Cola, aunque me dijeron algo que tiene mucha lógica y yo lo pude vivir en primera persona: en Aspen nunca se hace fila en Góndolas, ni esquías entre mucha gente aunque el resort esté a toda capacidad. Esto pasa porque el que va a Aspen va a vacacionar por varios días. En el caso de Vail, muchos de los que viven en Denver (una ciudad que tiene 700,000 habitantes) van los fines de semana, cogen su carro y se tiran. Es el Boca Chica de los capitaleños.

¿Lo que más me gustó?

[1] Tienen el programa “Art in unexpected places”, donde cada año contratan un artista para que haga diferentes instalaciones en lugares inesperados; ya sea en la cima de la montaña, frente a la góndola o en alguno de los hoteles. Este año escogieron a Paola Pivi, que creó ocho esculturas de osos cubiertos en plumas de diferentes colores. PSI: ningún oso fue sacrificado por el arte.

[2] Apoyan la comunidad. Cada enero tienen su famoso “Gay Week” lleno de fiestas y Aspen se viste de colores para celebrar la diversidad.


[3] Es un pueblo con vida. Puedes ver sus residentes llevando los niños al colegio y viviendo una vida. No te sientes que estás en un pueblo hecho, sino con personalidad.

[4] Es la única compañía que tiene su propia marca de ropa: Aspen X. Colaboraron con Prada para hacer una línea exclusiva de esquiar. Miren que modelo.


[5] Todos los veranos hacen el Food and Wine Festival, uno de los eventos más esperados de Aspen. Los amantes del vino pueden probar y maridar junto a las exhibiciones de los mejores chefs de todo el mundo. Asisten más de 4,000 personas y ¿adivinen quién es su patrocinador oficial? American Express.

No se puede pedir mejor grupo: Balbie, Maribel, Ramon Emilio, Jenny, Maeno, Cusi y Leo. (Lidwina y Michele están detrás de cámara)

 

 

 

Fotografías: Michele Maunier

Abul Santo Domingo

Hace unos días les contaba que es importante poder vivir el high y el low con autenticidad, y que la gastronomía es una buena parte de eso — nadie come en restaurantes Michelín todas las semanas, porque sencillamente los momentos de la vida son variados y cada uno tiene necesidades diferentes —.

Pero como le busco la quinta pata a todo, incluyendo a las mesas de restaurantes, me pregunto: ¿Se puede vivir una experiencia gastronómica low con todo el peso emocional de una experiencia high? Yo encontré la respuesta en Barcelona, en un legendario bar de tapas llamado Quimet & Quimet.

Lo primero que deben entender es que Quimet no está en el epicentro turístico de la ciudad, sino que se encuentra en Poble Sec, un vecindario obrero cercano a las faldas del Montjuïc. Lo segundo es que ese lugar fue fundado y está funcionando desde 1914, y por lo tanto ha tenido más de 100 años para perfeccionar sus recetas y su sistema de servicio… y que también la voz se corra sobre la calidad de ambos. Ese siglo no ha pasado en vano.

El Quimet original era un Joaquim perteneciente al árbol genealógico directo de los propietarios actuales. El bar sigue siendo, sorprendentemente, un negocio familiar. Es, como la Puerta de Alcalá, un lugar donde conviven pasado y presente — y ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, la puerta del Quimet —. Hay gente que tiene décadas pidiendo su pan con tomate por las tardes, pero también hay nuevos habitués, como yo, que son recibidos con el mismo cariño. De hecho, oigan esto: fui por primera vez en 2018 por una recomendación de mi cuñada Michèle Jiménez Vicens. El joven que nos atendió se dio cuenta de que yo no tenía idea del contenido del menú, sino que veía platos salir y le indicaba que quería uno igual. Cuando volví un año después, el mismo joven me dio la bienvenida, y me dijo que me recordaba perfectamente, porque era el tipo que comía con los ojos. ¡Eso es tener conciencia de servicio!

Ahora, ¿por qué veía los platos salir con tanta facilidad? Porque no es un lugar con mesas separadas ni un orden establecido, sino que la gente está de pie y va pidiendo platos aparentemente a lo loco a un encargado en la barra, mientras él va anotando todo en una listita de papel. Esta dinámica funciona porque es un espacio pequeño donde caben apenas unas 20 personas. Al final, las servilletas se tiran al piso y se comienza el proceso de nuevo, según lo que dicte el estómago.

Yo en esa algarabía salí encantado con una tapa de anchoas con queso, con el taco de atún con piquillos, con tres servicios de ventresca, con los boquerones en vinagre. Todo eso bajaba con unas cañitas, de una cerveza de producción propia que tienen en el bar — por cierto, el bar comenzó porque el Joaquim original necesitaba un lugar para comercializar el vino que hacía, y en ese entonces las tapas y los montaditos fueron un vehículo para vender alcohol, en vez de ser a la inversa —. Ese bar me enseñó a salir de mi zona de confort culinaria, con ingredientes que no me había atrevido a probar aún, y a apreciar la belleza de un espacio gastronómico con humildad en el ambiente pero orgullo en los ingredientes. Por eso, durante mi visita este año a Barcelona, volví expresamente a Poble Sec para visitar el bar.

Esta experiencia me hizo pensar en otra cosa: hace unos meses en Maeno&Co trabajamos por primera vez con Mastercard para un evento de su plataforma priceless — esa que dice que hay cosas intangibles cuyo valor supera su precio —. Ahora, pensando en la razón por la cual estas visitas a Quimet & Quimet me han impactado mucho más que haber estado en restaurantes galardonados, me vino a la mente ese mensaje. Yo poco a poco estoy a prendiendo a distinguir entre valor y precio. Sé que el dinero puede comprar cosas con valor, pero muchas cosas con valor no necesariamente se compran con dinero. Comer así de bien, rodeado de un sistema forjado a base de la experiencia que dan 105 años de operación en un ambiente donde uno se siente apreciado… bueno, de verdad que no tiene precio.

Abul Santo Domingo

Conocer un lugar por primera vez me causa una felicidad tan grande que me salen muelas nuevas para poder tener una sonrisa más grande y por más tiempo, sin importar qué tan lejos o cerca esté de mi cueva en Naco. Ahora nos tocó Chicago, un viaje que desde hace varios meses veníamos planeando un grupo de amigos. Me apunté sin tener ningún tipo de expectativa o haber realizado una investigación de para dónde iba… y esto es raro, porque los que me conocen saben que tanto para Maeno sin el Co como con el Co, planificar es esencial. Sin embargo, esta vez decidí ser espontáneo, llevarme del grupo y arrancar.

Todo viaje es una experiencia diferente, y lo que hace una experiencia memorable es la compañía, sobre todo si tienen cosas en común para poder disfrutarlas juntos. Muchos grupos viajan para conocer monumentos, para ir de compras, para meditar en otro aire, pero nosotros viajamos con una sola meta: LA COMIDA. Por más cosas que conocí y todo lo que caminé, lo que se me quedó en la mente fue todos los platos que probamos, todos los restaurantes que visitamos –y fuimos tan campeones que agregábamos restaurantes para hacer la merienda–. Aquí les dejo un corto listado de los lugares que pude documentar, ya que cuando ponían un plato en la mesa, no podías ni pestañar porque ya había desaparecido.

GIORDANO’S
Dicen que quien va a Chicago y no prueba la famosa stuffed deep dish pizza puede decir que no conoce la ciudad. Como saben que «Pizza» debió ser mi primero, segundo y tercer nombre, inmediatamente llegando al hotel dejamos las maletas y corrimos para Giordano’s. No hay forma de describir el sabor; solo puedo decirles que ese pie completo de pizza con doble corteza y queso en el centro es para caer preso por entrar de forma ilegal a la media isla 20 cajas en el equipaje de mano. Toma 45 minutos en hacerse y créanme, vale la pena la espera. Miren aquí debajo la prueba fehaciente:

PizzaGiordanos

THE PURPLE PIG
Cuando subes una foto a Instagram o Snapchat y todo el vivo que te da un like o un view te escribe “Ve a The Purple Pig”, lo mejor que uno puede hacer es obedecer. Como ocho buenos muchachitos arrancamos para este restaurante, donde nos sentaron en una mesa alta, y ahí empezó la dinámica: su manera de servir me encantó, porque todos los platos son pequeños, y así puedes probar de todo y en cantidades industriales. De todos ellos, mi plato favorito fue el pan de maíz bobota con queso feta, queso Mizithra y miel.

The Purple Pig

1 The Purple Pig
El pan de maíz bobota
2 The Purple Pig
Orejita de cerdo con kale, pimientos en vinagre y huevo frito
3 The Purple Pig
Terrina de pulpo con ensalada de papas y apio

AU CHEVAL
Siempre me quejaba de la gente que cada vez que prueba algo dice: «Esto es lo más bueno que he comido en mi vida» –es lógico que me moleste si lo dices a la hora de almuerzo, lo repites en la cena y ya se vuelve un himno y pierdes credibilidad–. Tomando eso en cuenta, es imposible que si te vas de viaje todo lo que comas sea mejor que lo anterior… pero en Chicago es así. Luego de comerme la ciudad completa, el cierre con broche de oro fue Au Cheval, un lugar famoso por sus hamburguesas. Pequeño, medio escondido, oscuro y para colmo con una espera de tres horas para entrar, pero tiene esa magia que solo la da la calidad y la pasión por hacer algo tan básico de una manera extraordinaria. Las fotos hablan por sí solas, porque yo solo les puedo decir que es memorable.

Au Cheval

1 Au Cheval
Pollo frito a la miel estilo General Jane, con chili, ajonjolí y cilantro
2 Au Cheval
Hamburguesa de queso doble con huevo y tocineta

Tacho de mi lista por conocer una ciudad que muchos creen que solo es viento y pizza, pero para mí fue mucho mas de eso: fue una experiencia gastronómica y cultural, donde aprendí sobre sus edificios y su historia. Lo que te llevas de todo esto, aparte de las libras de más, es poder compartir con un grupo de amigos que se vuelven tus cómplices no solo en la vida, sino también en la mesa.

Abul Santo Domingo

Dicen que siempre dejamos lo mejor para último, y Manhattan es definitivamente lo mejor en un viaje por Nueva York. Caminamos, conocimos, comimos, y sobre todo disfrutamos de poder ver todo un mundo rodeado de calles que le dan sentido a ese término que la define de esquina a esquina: «la capital del mundo». Aquí les comparto mis puntos favoritos en la ciudad.

EL HIGH LINE
Viajar con un arquitecto te enseña a ver cosas que antes no entendías, o mejor dicho no sabías el origen: esto me pasó con el High Line. Me cuentan los manhataneros que este proyecto era odiado por todos los desarrolladores de edificios, porque era una línea de ferrocarril abandonada que se construyó en la década de 1930. Resulta que un grupo de locos pudo hacer este parque, un espacio donde puedes cautivarte con la magia de la ciudad pero con un toque de naturaleza –en otras palabras, no estás cantando con los pajaritos en Central Park, pero tampoco cruzando una calle entaponada con miedo a que un taxi amarillo te batee–.

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BUBBY’S
Esas mismas personas que no creían en el High Line y solo querían subir torres se han dado cuenta del valor que ha cogido todo lo que rodea esta edificación, ya que los precios suben por segundo y todos los establecimientos viven llenos. Justo antes de subir nos paramos a comer en mi lugar favorito de todo el viaje: Bubby’s, un restaurante que se define como un «defensor de la mesa estadounidense». Para explicar ese lema: ellos están felices de que la gastronomía local siga evolucionando y vengan otras culturas a traer su comida, pero ellos van a hacer sus platos típicos estadounidenses, sin perder la esencia de su cultura. Aplauso para ellos.

En nuestra primera visita pedimos unos huevos benedictinos con panecillos de leche cortada, tocineta de la casa y unas hash browns, junto a un Double Decker Grilled Cheese de fontina y gruyere con aguacate y cebollas dentro de un pan de masa fermentada. El segundo día repetimos ese sandwich junto a una hamburguesa Double Bubby’s, y aparte probamos los macarrones con queso. Sobre este último plato: yo no como nada salsoso, pero yo no sé como fue que lo hicieron… no tenía esa acostumbrada crema pesada, y tenía una especia que todavía hoy estamos buscando qué pudo haber sido –¿Canela? ¿Nuez mozcada?–. Llegó un punto que Ramón Emilio no sabía si era una avena de desayuno o unos macarrones, pero lo que sí les garantizo es que estaba mortal.

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EL WHITNEY (Y NO HOUSTON)
Como me pasé el viaje posando para fotos con mochilas, en paredes y cruzando calles, pensé que también era importante equilibrar con un poco de cultura. Esta vez me tocó ir al Whitney Museum, con una retrospectiva de Frank Stella; aquí pudimos apreciar alrededor de cien de sus obras, comenzadas a mediados de la década de 1950. También pudimos ver la exposición de Archibald Motley, donde pude ver el crecimiento de un artista en sus diferentes etapas, a pesar de estar enfocado en poder plasmar las características culturales de la sociedad afroamericana. A pesar de enfocarse en escenas musicales y de festejos, el retrato de su abuela, Portrait of my Grandmother, fue uno de los que más me tocó: hay toda una historia reflejada en ese rostro.

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SOMETHING ROTTEN
Si vas a Nueva York y te gusta, como a mí, la producción, el arte, los vestuarios y lo bonito en general, Broadway es una parada obligatoria. En esta ocasión vimos Something Rotten, una obra sobre dos hermanos que escriben obras de teatro en la época del Renacimiento Inglés, donde Shakespeare era el David Beckham y ellos luchaban por poder tener su mismo éxito con alguna de sus obras.

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A LO FASHION BLOGGER
Cuando me enteré de que Emilio Rodríguez, uno de los nuevos talentos fotográficos que está utilizando Maeno&Co, estaba en Nueva York, inmediatamente le pedí juntarnos para hacerme fotos para este blog. Nos juntamos con él en el High Line y de ahí seguimos hasta Cafe Cluny –el nuevo «it place» de Manhattan, recomendado por Michèle cuando me aseguró que iba a encontrar una celebridad ahí sin importar la hora, y quien no se equivocó cuando tuve al lado a Conrad Ricamora, el Oliver de How to Get Away with Murder–.

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Para resumir: me hice un cambio de ropa en pleno Chelsea Market, porque por más chulas que vean las fotos, para llegar a ellas fue todo un proceso.

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Y así terminó mi gira por Manhattan, y esta tan necesaria escapada a Nueva York.

Abul Santo Domingo

Ya al pasar de los Hamptons a la ciudad de Nueva York teníamos previsto ir a Brooklyn y darnos un pequeño baño hipster. Resulta que en esta metrópolis el Weather Channel es bien preciso, porque aunque leí el día anterior que esperaban lluvia, pensé que era igualito que en RD, que en cuando dicen eso no hay bloqueador que pueda contra el sol. Cancelamos el viaje con mucha pena, ya que era de las cosas que mas ilusión me hacía, prometiendo que íbamos a intentar ir el jueves. ¿Y qué pasó cuando llegó el famoso día? ¡Lluvia! Pero cuando creas que las cosas no están para ti, haz que lo estén: cogimos un paraguas, nos montamos en la parada del metro de Union Square, cogimos el tren L hasta llegar a Bedford Avenue, en el corazón de Williamsburg, y ahí comenzó la aventura.

Los planes que habíamos hecho para este día eran pocos: queríamos perdernos entre calles y paredes de colores, entrando a cada sitio que veíamos para curiosear el estilo tan particular que impera en ese vecindario –antigüedad sin verse antigua–. La primera parada que hicimos fue en Heatonist, una tienda especializada en picantes. Ramón Emilio, loco con los picantes, terminó comprando 8 frascos… los cuales yo estoy seguro voy a mantener bien lejos de mi ser al momento de estar sobre la mesa.

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Los que me conocen saben que no como cuentos con mi pelo: me lo cuido mucho, siempre estoy atento a estar peinado; que si los productos, la humedad, el volumen y todo lo demás. Es algo mío y no me puedo contener. Resulta que mientras pasábamos frente a las puertas verdes de Fellow Barber, a Ramón Emilio le entró una furia por pelarse.

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Entramos, y yo inmediatamente dije que a mí nadie me le iba a poner la mano a esta cabeza… pero mientras veía cómo lo pelaban fui experimentando algo nuevo para mí, una especie de pique interno de esos que hacen que quieras meterle el pie a una gente caminando. O sea, me llené de odio. Derek, con un estilo impecable salido de una Mad Men versión hipster, fue el barbero responsable de ocasionar este sentimiento. Él mismo nos confesó que luego de la peluquería, su obsesión es la moda, y para colmo resulta que hasta es el estilista oficial de la serie Boardwalk Empire. Cuando me mandé a correr a la recepción para que me programaran la cita inmediatamente después de Ramón Emilio, me dijeron que solo estaba disponible para unas horas después.

Ustedes están claros de que yo dije que sí.

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Aprovechamos el tiempo para comer en Roberta’s, una institución de la pizza a cuatro paradas de distancia, en Bushwick. Cuando ves la entrada crees que es un lugar que ha estado deshabitado por siglos, pero ahí es que empieza la magia: en este edificio abandonado pusieron un horno de leña y bombillitos, y el espacio se fue llenando con toda la historia que la gente fue dejando.

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Mi saludo fue «Hola, tráiganos una Margherita» –porque los que saben de pizza siempre me dicen que si pides una Margherita y está buena, todo lo demás será excelente– y una Four Emperors (salsa arrabiata, mozzarella, ricotta, capra con pepe, queso Asiago y semillas de ajonjolí). Estuvieron excelentes.

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Luego volvimos al barbero, a ver si mi apuesta con Derek iba a ser positiva. Aquí están los resultados:

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A quien le gusta conocer cosas diferentes, escuchar las aceras y los árboles explicarte por dónde doblar o dónde caminar, Brooklyn es el sitio para eso. En Williamsburg y algunas partes de Bushwick todo el mundo presume de vivir sin complicaciones y sin preocuparse mucho por su apariencia, pero queda claro que cada peinado, cada barba y cada vestuario parece sacado de una película indie con mucho presupuesto. ¡Gracias por las horas de entretenimiento, Brooklyn!

Abul Santo Domingo

Parece que las cosas que no se planean tanto son las mejores. Por ejemplo, hace un mes estaba hablando con Jaime Jiménez, un tío de Ramón Emilio que vive en Nueva York, y nos dijo que deberíamos ir a pasarnos un fin de semana con ellos a su casa en Southampton–así, con una sola “H”, una sola palabra, aunque me dé trabajo entender eso–. El dicho las oportunidades son calvas y hay que jalarlas por los moños, así inmediatamente le cogimos la palabra, hicimos nuestra reservación con Viajes Alkasa y ahí empezó una de las tantas aventuras que les contaré en este blog.

Llegamos al JFK, donde alquilamos un carro y nos pusimos a rodar inmediatamente para este pueblo ubicado en la costa de Long Island. Conocí a Los Hamptons a través de Carrie de Sex and the City –ella ahorraba por años para poder tener su «share in the Hamptons for the summer»– y a través de Jack Nicholson cuando vio a Diane Keaton como Dios la trajo al mundo en Something’s Gotta Give.

Al llegar era ya de noche, y supuestamente a oscuras no se aprecian tanto las cosas, pero desde ahí comencé a quedarme boquiabierto: duré las 48 horas de mi estadía en Southampton maravillado por la magia de su historia que ha quedado preservada por el talento de la actualidad. Esa noche nos quedamos tomándonos unos tragos con unos amigos de los anfitriones, quienes puedo decir a todo pulmón que ya son nuestros también, por su gran hospitalidad y sencillez. Me dejaron una gran enseñanza, que me encantó y la comparto con ustedes: se puede ser fabuloso sin complicaciones; era un grupo cuyo mayor placer estaba en estar juntos y poder disfrutar de los momentos que la ciudad no les permite saborear de lunes a viernes.

El día siguiente nos despertamos en una casa preciosa, rodeada de detalles de estilo náutico, tablas de surf vintage colgadas en las paredes, un poster de Britney Spears y una vista al precioso patio, donde todo estaba rodeado de hojas –ahí me entró una locura y quise meterlas todas en las maletas, para regar hojas por doquier al llegar de vuelta a la media isla–. Ahí nos pusimos nuestros chalecos alcolchados, más imprescindibles en los Hamptons que la visa estadounidense en Migración, y recorrimos el pueblo: la mayoría de las casas mantienen su estilo original del siglo XVII, que cada residente ha ido adaptando a su gusto guardando respeto por la edificación. También hay casas contemporáneas en cristal, detrás del cual un mal día puedes ver a Madonna o Calvin Klein, entre otros pobres mortales a quienes les hacemos el favor de honrar con nuestra presencia para el almuerzo.

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Aparte de la arquitectura, de la increíble compañía y la buena vibra que sentimos ese fin de semana, nos enamoramos del carácter de sus comercios y sus espacios públicos.

Sag Harbor

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Sag Harbor es una de las localidades vecinas, donde junto a Nathalie, Alex y su bella bebé Leelo –buenos amigos de Michèle y Crystal, que también heredamos– nos dispusimos a caminar todas sus calles.  Entramos a todas y cada una de las tiendas de antigüedades, con miedo a no romper nada y descubrimos la importancia que estos lugares le dan a lo antiguo, mientras que nosotros en Santo Domingo todo lo mandamos para la basura. Aquí hay tiendas que hacen millones de dólares con muebles, adornos y cristalería que muchas de nuestras abuelas tenían y nosotros seguramente no les hacíamos nada de caso.

The Village Gourmet Cheese Shoppe

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Desde que Carlos y Michèle llegaron de Southampton solamente nos hablaban de los sandwiches maravillosos de The Village Gourmet Cheese Shoppe, diciéndonos que nos íbamos a morir cuando los probáramos. Les puedo decir que ellos se quedaron cortos. En la Shoppe venden quesos frescos y algunas otras cosas bien gourmet, y  al fondo está el lugar donde ocurre la magia: un bar de sandwiches en donde preparan todo delante de tus propios ojos.

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Durante la primera visita pedimos el Hampton, un sandwich de pavo ahumado y queso suizo bajo en grasas, condimentado con aguacate y mostaza a la miel, todo dentro de un baguette.

También pedimos el Tuscan, un ejemplar de pollo y mozzarella fresca, con tomate y tocineta, dentro de pan baguette.

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En otra visita pedimos el Italy, una ciabatta que dentro lleva prosciutto de Parma con mozzarella, lechuga, cebolla, ají morrón, aceite de oliva y vinagre balsámico.

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También probamos el USA, con un pan relleno de pavo fresco y queso suizo, con lechuga, aguacate y mayonesa a las hierbas.

Siempre que conoces un sitio nuevo te formas expectativas en la cabeza, y a veces el lugar las supera… y otras no. En este caso, el termómetro explotó no solo por el lugar, sino por la compañía: te das cuenta de que lo que une a todo ser humano, sin importar la escenografía, son los momentos donde no te importa confundir una piscina helada con el Mar caribe o preparar tacos en casa que parecen traídos por avión directamente desde La Esquina.